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Zarzo Escribano

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Código postal

enero 12, 2025 by gzescribano Leave a Comment

Lo peor que te puede ocurrir en tu corta existencia no es que se te mueran un marido o un hijo. Lo peor que te puede pasar es perder tu código postal.

¿Cómo se pierde un código postal?

Cuando el pueblo en el que llevas viviendo más de treinta años desaparece. Desaparece porque fue creado para albergar a los trabajadores de una mina que después de esos treinta años de expolio ya no es rentable.

Cosas que tiene el capitalismo, oye.

La indemnización irrisoria que te dan te deja con lo que habitualmente se conoce como una mano delante y otra detrás. Porque la casa iba ligada al trabajo en la mina.

No mina, no casa.

Y de esta forma solo te queda usar la vieja furgoneta que con tanto cariño camperizaste con tu marido para recorrer España y Europa como tu nuevo refugio.

Y así te conviertes en una nómada.

En una nómada que viaja de pueblo en pueblo buscando trabajo: aceitunas, fresas, uvas…Todo lo que sea necesario recoger para pagarte cuatro duros y seguir sobreviviendo.

No basta con perder a tu familia en un incendio tan idiota como evitable, no basta con perder tu casa y no basta con perder hasta tu código postal. También pierdes la dignidad. La pierdes cuando hace tanto frío que no puedes dormir en la furgoneta porque no te llega para pagar el gasoil que permite tener encendida la calefacción estática. Pierdes la dignidad cuando tienes que dormir acurrucada entre varias personas que no conoces de casi nada y que desprenden olores corporales que no sabías que existían. Y cuando tienes que hacer tus necesidades a tres metros de estas personas tapada solo por una cortina.

Esa situación supera a tener que cenar todas las noches sopa de sobre o incluso a tener que ir a un comedor social.

¿Suicidio?

Muchas veces llama a la puerta. Tantas que al final se convierte en algo banal que acabas ignorando cuando viene a ti. Porque ganas de morir las tienes todos los días, o casi todos. El problema es que no crees en la otra vida ni en reencontrarte en otra dimensión con tu marido y con tu hija. Eso hace que la inercia de vivir siga presente y no te suicides.

Queda algún resquicio para la alegría: cuando se organiza alguna comilona de fin de campaña; o cuando algún semidesconocido se mete entre tus piernas más de una noche y te hace sentir querida o deseada o simplemente te hace creer que eres una persona normal. A los dos días el tipo desaparece y esta alegría se esfuma como lágrimas en la lluvia: como en Blade Runner.

¿Final feliz?

Imposible.

En un mundo donde importa más el reparto de dividendos entre accionistas que el reparto de felicidad entre las personas es muy difícil un final feliz. A no ser que conviertas este estilo de vida nómada en algo parecido a la felicidad. Quién sabe si con el tiempo lo conseguiré.

Mientras tanto, seguiré viviendo una road movie de pueblo en pueblo, de código postal en código postal.

©2024 Zarzo Escribano         

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Un día de la madre diferente

mayo 11, 2024 by gzescribano 8 Comments

Desde que Ed ingresó en prisión, cambió su forma de pasar el día de la madre. No solo porque no tendría que sentarse a la mesa con ella, sino porque esa presión que le atenazaba el pecho desde por la mañana al despertar desapareció. Ed no sabía si a su madre le gustaría el regalo que le había preparado, o si, al menos, estaría de buen humor.

Y es que la madre de Ed no lo trataba como se supone que debe tratarse a un hijo. Siempre había supuesto un estorbo que molestaba en casa. Ed vino casi de rebote, porque a su padre se antojó tener descendencia masculina después de haber engendrado a dos féminas. Y, claro, como él no tenía que parir, pues violó a su mujer las veces necesarias hasta que, por pura casualidad, concibió a un hijo. Y después de hacerlo, se puso a beber, y no paró hasta el día que se fue de casa. Así que al pobre Ed no le quedó otra que estar a la merced de su madre y sus dos hermanas. Ninguna le dio el amor que merecía. Con esa falta de cariño, Ed estaba abocado a acabar en la cárcel.

Aquel era su primer día de la madre entre rejas, y Osvaldo Reina le tenía preparada una sorpresa.

—Ey, Ed, acompáñame, tengo algo para ti —Ed ignoró la llamada del recluso más violento de la prisión de Vacaville. Pero a Osvaldo no se le ignora—. Tú, Ed, Ed Kemper, date la vuelta ahora mismo.

Ed, educado y sumiso por naturaleza, para no provocar un altercado, obedeció y se giró. Se encontró con una bandeja de la cantina de la prisión. Encima de la bandeja había una especie de busto rudimentario hecho con una pelota de baloncesto a la que Osvaldo le había colgado unos hilos como si fuera el pelo, pintado unos ojos y abierto un boquete en la zona de la boca.

En la bandeja había un papel que ponía: «dame mi regalito del día de la madre, aquí tienes la boquita de mamá».

Ed se levantó, se dirigió hacia Osvaldo y se paró a escasos centímetros de él. Miró la aberración que le estaba ofreciendo, nada más y nada menos que una representación de la cabeza de su madre. Ed clavó sus ojos en Osvaldo, que sonreía. Los reclusos a su alrededor estaban tensos, esperando la pelea. No sé produjo.

—Es usted muy maleducado, Osvaldo —dijo Ed, y se dio la vuelta.

Osvaldo lo insultó y gritó toda clase de improperios relacionados con su madre.

El día de la madre pasó, y al cabo de los meses, Osvaldo apareció muerto en su celda. Lo habían estrangulado tan fuerte que habían reducido el tamaño de su cuello diez centímetros.

Ed Kemper podría considerarse un monstruo, una aberración que había matado, descuartizado y violado la cabeza de su madre. Pero nadie tenía derecho a hacer burla de ello. Sobre todo porque, después de haber asesinado a su madre, él había dejado atrás la violencia.

Excepto con todo aquel que osara traerle el recuerdo de ella.

 

 

 

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Eyes Wide Opened (Una historia de Saavedra y Del Olmo)

abril 21, 2024 by gzescribano 7 Comments

La subinspectora Olga Saavedra y yo fingimos ser pareja en una fiesta organizada por un sospechoso en un chalé de Marbella. 

La fiesta es, en principio, una velada más en la que mafiosos, políticos y diversos personajes de la farándula intercambiarán su visión obtusa de la sociedad.  Ya es tarde cuando nos enteramos de que el evento resulta ser una especie de baile de máscaras, entendiendo baile como eufemismo de orgía. 

Salimos del camuflado y llegamos a la puerta donde entregamos las pertinentes invitaciones exclusivas que nos han conseguido en la Brigada de Información. El portero nos facilita las máscaras y nos invita a pasar a unos vestuarios. Olga y yo ocultamos nuestra sorpresa para no llamar la atención. Ya protagonizamos otro teatrillo en Gran Canaria donde fingimos ser nudistas. Pero una cosa es ver sus pechos, y de refilón la entrepierna, en la playa, y otra es tenerla a mi lado con un tanga que parece una pulsera. 

—Inspector, no es la primera vez.

Sonrío forzado.  

Del vestuario pasamos a un fastuoso pasillo y del pasillo al salón, y lo que ocurre allí es algo similar al rodaje de Eyes Wide Shut de Kubrick, y yo me siento como Tom Cruise y considero a la inspectora como Nicole Kidman. Hay decenas de cuerpos desnudos tan solo tapados por la máscara y, en algunos casos, algo de ropa interior. 

Olga me da su mano y siento la pulsión erótica. Por suerte o por desgracia yo estoy casado y tengo mis necesidades primarias más que cubiertas. Pero hoy es diferente, es como si el afrodisiaco existiera realmente y lo hubieran rociado en ese chalé. 

—Aquí no vamos a encontrar a Miroslav —digo.

Se me acerca poniéndome más nervioso y dice:

—Del Olmo, si mencionas ese nombre te vas a quedar sin eso que te cuelga entre las piernas —Señala a dos vigilantes apostados en una de las estancias. 

No sentamos en un sillón, apartados de la vorágine sexual que allí acontece.

—Deberíamos irnos.

—No tan deprisa, llamaremos la atención. Disfruta del momento. 

Me pone una mano encima de la pierna y me provoca una erección que no puedo controlar. 

—Como digas algo se burlarán de mí hasta el día que me jubile.

—A lo mejor se ríen de mí también —me susurra y me fijo en sus pechos, cuyos pezones apuntan al frente, recios, duros y apetecibles. 

¿Sugiere que está excitada?

Se acerca una pareja digna de portada de cualquier revista X. Olga, tan atrevida minutos antes, se hace un ovillo sobre mí como suplicando ayuda. Sentir su anatomía, su piel, su aliento tan cerca me perturba. Por fortuna, la pareja entiende nuestro lenguaje corporal y se va.

No podemos seguir allí en esas condiciones. Nos vamos cuando apenas ha transcurrido  media hora, avergonzados; el gorila de la puerta, en lugar de reírse, nos cuenta que no somos los únicos que han huido.  

Ninguno de los dos hablamos en el camino hasta el hotel. Antes de despedirnos la pregunto si quiere cenar algo, pero ella rehúsa. 

Cuando llego a la habitación siento una necesidad apremiante de una ducha, no sé si fría o caliente. Me desnudo y al momento llaman a la puerta. Me pongo el albornoz y me acerco a abrir.

—¿Quién es?

—Saavedra.

Abro y veo a Olga como no la había visto nunca: con el escotado vestido verde resplandece como Kim Novak en Vértigo. 

Le doy la mano y la acepta, tiro de ella hacia mí y la beso. Ella me abraza y me agarra de la nuca y mis labios y mi lengua se funden con los suyos. La desnudo de forma torpe, provocando sus risas. Ella solo tiene que deslizar mi albornoz hacia atrás para encontrarse con mi piel. Me besa en el cuello y en el pecho y el abdomen y, cuando empieza a bajar, la tomo de la barbilla y la miro preguntando si es eso lo que quiere. No responde y lo siguiente es devorarnos el uno al otro por turnos. Hasta que me pide que pare.

—Fóllame.

Me dan ganas de decirle «a la orden», pero recuerdo que yo soy el que ostenta un rango superior. 

La penetro, primero con suavidad, después con fuerza. Me muerde, me besa, me araña la espalda. 

—¡Del Olmo, Del Olmo! —grita.

Cuando estamos en el mejor momento, al borde del orgasmo, alguien me zarandea el brazo y me pregunto si hemos dejado la puerta abierta y estamos dando un espectáculo al personal.

—¡Del Olmo, Del Olmo! ¡Espabila!

 Cuando reacciono, me doy cuenta de que me estoy fijando en el escote de la subinspectora, muy generoso, por cierto, y de que estamos en el camuflado delante del chalé donde se celebra la fiesta. 

—Ahí sale Miroslav. 

Le pido disculpas por estar en babia y la subinspectora arranca.

Por suerte no se ha fijado en mi erección.

O quizá sí. 

 

Si te gustan las historia de Saavedra y Del Olmo, el 5 Mayo se publica su nueva novela. La sangre naranja. Puedes reservarla a un precio exclusivo aquí:

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Protegido: La chica del verano

abril 7, 2024 by gzescribano 10 Comments

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El parque infantil. Parte V

marzo 31, 2024 by gzescribano 16 Comments

Por Ángels Aguilera.

Hoy he vuelto al parque, Luz Marina no paraba de insistir y a mí ya no me quedaban excusas para negarme. No os imagináis los demonios que tengo que derrotar para que mis pies no se detengan y se den la vuelta. Mi hija se ha quejado un par de veces de que le hacía daño en la mano de lo fuerte que la tengo agarrada.

Hay un hombre en el parque, que viene con su Pomerania; Laika creo que se llama la perrita, y se sienta en un banco a leer.  Sé que estoy paranoica, pero no sé por qué tiene algo que me hace chirriar los dientes; como cuándo arañas pizarra con las uñas. Luz Marina está enamorada de la mascota y se acercó a saludarla. Cuando vi que el hombre se agachaba para hablar con ella me puse en tensión y tiré de mi hija como una desquiciada. Quizás lo esté, quizás necesite ayuda profesional porque creo que me estoy volviendo loca. No me importan las miradas que algunas madres me echan. Me da igual si piensan que lo estoy.

Hoy hemos vuelto al parque, ¡no imagináis el esfuerzo que hago! Un segundo, solo un segundo que me he distraído con otra madre que me estaba saludando y Luz Marina ha salido disparada hacia la perrita. Antes de un pestañeo veo que el hombre agarra a mi hija y se la lleva. Grito sin poder articular palabra, solo grito. Salgo corriendo y tropiezo con algo, juguetes… no sé, estoy fuera de mí, llorando, gritando, intentando levantarme, pero no los veo y mi corazón se para. No puedo respirar. Miro por todas partes y corro sin dirección alguna llamando a mi hija. El resto de madres cogen a sus hijos y un par de ellas me preguntan e intentan ayudarme a buscar. 

Saco el móvil y, como un autómata, marco el número de mi marido mientras alguien llama a la policía. Cuando llega yo estoy en shock, solo puedo llorar y nombrar a mi niña.Lo mir a los ojos y le digo “ lo sabía, sabía…”, no termino la frase porque algo en mi cerebro hace “clic”. Detrás de él está el banco donde se sentaba ese mal nacido y a través de las lágrimas que inundan mis ojos veo un objeto. Me acerco impulsada por una esquirla de esperanza y señalo el libro, es el Prisionero del Cielo de Carlos Ruiz Zafón. Me esfuerzo en hacer memoria… No recuerdo que llevase guantes. ¿Es posible un poco de luz en esta oscuridad que me invade? ¿Puede ser que sus huellas digitales estén impresas entre sus páginas? 

 

 

 

Este relato lo ha escrito la gran Ángels Aguilera a quien nunca podré agradecer lo suficiente todo lo que me ayuda. Espero que te guste y lo compartas. 

 

 

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El parque infantil. Parte IV

marzo 17, 2024 by gzescribano 2 Comments

Hoy he tomado prestado de la biblioteca La sombra del viento, del gran Carlos Ruiz Zafón. Un libro que ha leído muchísima gente. Y aunque había desechado la idea de que los niños se acerquen a mí con el tema de los libros, he vuelto a pecar: para mi sobrino imaginario he sacado uno de El pirata Garrapata.

Me gusta venir cuando hay muchos niños jugando, sus progenitores tienden a distraerse: si me tapo convenientemente detrás del libro y de mis gafas de sol baratas, no llamo demasiado la atención. Además, me he traído Laika. Mi perrita pomerania. Es un imán de infantes. La perrita tiene un ladrido muy pequeño, pero muy constante. No sé si le gusta o le pone nerviosa ver a tantos muchachos chillando y corriendo para todos lados. Gracias a ella he conseguido que algunos se acerquen. Incluso un chico de unos diez años me ha preguntado por mi nombre. Se lo he dicho con una gran sonrisa, pero no le he invitado a tocar al animal. Hay que ir con cautela. Ganarme la confianza de los niños puede ser relativamente fácil gracias a Laika, pero la de los padres no tanto. Así que voy a esperar un par de días más para que mi presencia no resulte llamativa. Si yo me viera a mí mismo desde lejos, me tomaría por una persona con un perro a la que le gusta leer al aire libre. ¡Bendita biblioteca!

Hace casi una semana que me siento en el banco a, supuestamente, leer los libros que saco de la biblioteca. Y he hecho grandes progresos. El lunes un niño y una niña, pareja de hermanos de siete y nueve años, acariciaron a Laika. Les miro como ellos miraban a la perra, con ganas de acariciarlos. Se marchan después de que les pregunte la edad, son solo unos segundos que bastan para deleitarme con su joven piel. El miércoles me llevo Los futbolísimos, y en esta ocasión sí tengo la suerte de que unos chavales que juegan a algo parecido al fútbol, me preguntaran por el libro. Un chico, Jesús, incluso lo coge y lo hojea. 

—¿Te gustan Los futbolísimos con lo mayor que eres?

—Es para mi sobrino, que voy a recogerle ahora de clase y le gusta mucho leer.

—A mí también, bueno, adiós.

Jesús se va con sus amigos y yo me giro para disfrutar de su grácil carrera a pie. 

El viernes se sienta una madre a mi lado. Hace un intento de charla, pero le corto rápido: le respondo, seco, a su comentario banal sobre el buen tiempo que hace y hundo mi cara en el libro. Estoy leyendo la segunda parte de la saga de Zafón, El juego del Ángel. Ella vuelve a preguntarme, esta vez por el libro. No respondo y me doy cuenta de que se queda mirándome unos segundos. Por fortuna, para mí, ese momento incómodo lo interrumpe su hija, una jovencita de unos diez años que llega protestando porque un niño pequeño le había tirado del pelo. La niña, muy crecida, lleva una camiseta de manga corta más ajustada de lo debido. Marca su ya prominente pecho y se me van los ojos. Cuando ella se marcha, contesto a la madre de forma torpe, pero a tiempo.

—Disculpe, que estaba concentrado en el libro. ¿Decía usted algo?

—Nada, no se preocupe. 

—No mujer, perdone, es que la novela me tiene atrapado.

—Precisamente le decía si el libro era bueno.

—Sí, que lo es. ¿Le gusta a usted leer?

—No mucho, la verdad, pero no me trates de usted, por favor

Sonríe, coqueta. Y entonces tiro un dardo.

—No se preocupe, pero su hija todavía está a tiempo de no perderse el placer de la lectura. Ahí en la biblioteca tienen un buen catálogo infantil.

—¿Esta? Peor, si ahora ya me habla hasta de chicos…

Se llevó la mano a la boca y yo sonreí sinceramente. Imaginaba las bajas pasiones que ya habían despertado en la prepúber y me relamí en mi interior. 

—Hay libros para adolescentes que le gustarían: se habla de las primeras experiencias…

No sé por qué digo aquello,y me arrepiento de hacerlo. A la madre le cambia la cara. 

—Disculpe si me meto donde no me llaman. 

—No se preocupe. 

Se produce lo que se suele llamar silencio incómodo, cosa que resuelvo rápido: me marcho con un correcto buenas tardes. 

El sábado hay pocos niños en el parque. Me he pasado estos dos días dándole vueltas a la interacción que tuve con la mujer, y creo que voy a entablar charla con ella en cuanto la vea. Es una forma, no solo de acercarme a su hija, sino de llamar incluso menos la atención. Pero eso será otro día porque hoy no se ha acercado ni un solo niño a acariciar a mi perrita. Me marcho, y cuando estoy a punto de salir del parque me fijo en ella. Es una niña pequeña, no tendrá más de cuatro o cinco años. Pero tiene una mirada distinta, llena de vida como el resto de los niños de su edad, pero con más curiosidad. Como si sus ojos emitieran palabras en lugar de miradas. No deja de seguir con esos ojos a Laika, y aprovecho para agacharme hasta su altura y corresponder con la mirada a la niña. Sonrío y juego con la perra, la acaricio y dejo que me lama la cara. Ella suelta una carcajada y pega unos saltitos, divertida. No le hago un gesto para que venga, es demasiado pronto. Simplemente la saludo a modo de despedida y muevo la patita de Laika para hacer el mismo gesto cuando ella me corresponde. 

Me voy feliz a casa. El próximo día espero ver tanto a esta niña, como a la otra madre. 

Y en efecto, eso pasa. Al siguiente día, en el parque, converso con la madre de la preadolescente, que se ha leído parte de La sombra del viento y está entusiasmada. Tanto como lo estoy con su hija cada vez que se acerca para pedir cosas: dinero, chicle o agua. También para acariciar a Laika que la lame y me da una envidia terrible. Me aburre tanto esta mujer, que finjo que recibo una llamada y me levanto pidiendo perdón. Me alejo un poco y, por suerte, la perra me sigue. Y cuando me giro ahí está. La pequeña del último día, sonriente, mirando a mi pomerania. Esta vez, la animo a que venga a acariciarla, porque está muy cerca. Y la niña lo hace. Lo que pasa es la madre también está cerca y se asusta cuando se separa. La llama a gritos:

—Luz Marina, ven aquí.

Miro a la mujer y sonrío.

—Tranquila que no muerde. 

A la madre no le convence la respuesta y se acerca, toma de la mano a la niña.

—Venga, hija, ya está. Otro día la vuelves a acariciar.

—Adiós, Laika —se despide la niña. 

Me quedo tan embelesada mirándola que no me acuerdo de volver con la pesada y me marcho a casa.

Por ello, al día siguiente la mujer ni se me acerca. Lo malo es que la niña, Luz Marina tampoco acude al parque. Ni los dos días siguientes. Sí lo hace al cuarto día. Y viene directa a saludar a mi perrilla. La madre parece más relajada, y se pone a hablar con una amiga. Luz Marina se marcha a jugar con otras niñas y yo la observo como si observase a un pollo dorándose en un asador. La rutina se repite durante varios días más. Tanto que la madre se relaja. 

Y es entonces cuando todo lo que tenía planeado se va a venir abajo porque me puede la pulsión que siento entre las piernas y agarro a la niña del brazo.

 

 

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