El coche derrapó en medio del puente y se quedó allí parado, bloqueando el tráfico en los dos carriles dirección al centro comercial. El conductor se bajó a toda prisa y se acercó a las barreras de protección que impedían que los viandantes se precipiten al vacío. El puente estaba iluminado de color verde, un color que, en teoría, no invitaba a la muerte. Pero aquella noche todo era distinto.
—¡Alto, no se mueva!
El hombre no hizo caso de la advertencia, y el agente que lo perseguía sacó su pistola táser, pero no le dio tiempo a lanzar los cables de descarga antes de que el conductor se situara al otro lado de las barreras de protección. El hecho de que no se tirara tranquilizó, si es que eso era posible, al policía, pero no a los transeúntes que en ese momento paseaban, tranquilos, por el puente. Varios gritos, y una madre tapando los ojos a su hijo, así lo atestiguaban.
—Por Dios, estese usted quieto, ¿qué va a hacer?
Otra policía también se bajó del coche y se acercó al supuesto suicida. Los dos compañeros, de la local de Marbella, habían perseguido al sujeto desde que, minutos antes, se saltó un semáforo a más de ochenta por hora en un tramo de la calzada urbana donde solo se podía ir a cincuenta.
—Tengo que tirarme —dijo el conductor.
—No tiene por qué, déjanos ayudarte —pidió la policía.
La madre que tapaba los ojos a su hijo se retiró varios metros hacia atrás, como si tuvieran miedo de caer al vacío. El puente, no demasiado alto, se ubicaba sobre la autovía A-380 con su incesante discurrir de coches, camiones y motos. La muerte por la caída al vacío no era segura, aunque podría provocar un grave accidente y llevarse por delante otras vidas que no tenían culpa de nada.
—Tengo que tirarme, se lo digo. Soy malo.
—Haga usted el favor de venir aquí y nos lo cuenta todo —exigió el policía Ramón Torres, veterano del cuerpo municipal y que, a escasos meses de su jubilación, no tenía ganas de cargar con un muerto a cuestas.
—He hecho cosas muy malas con niños.
Los dos policías se miraron, incrédulos. Un par de curiosos, que habían sustituido a la madre y el hijo en primera línea del suceso, abrieron la boca y los ojos como si se los fueran a extirpar.
—¿Qué dices? —preguntó la policía Marina Caracuel, que en ese momento creyó reconocer al hombre.
—Cosas que no deben hacerse a los niños. A mi hijo incluso.
—Por favor, pase por encima de la valla y venga aquí.
—No puedo, tengo que saltar.
—Pero deja de hacer el tonto que a lo mejor no te matas tú y te cargas a alguno de los coches que pasan por debajo… — Ramón había empezado a perder la paciencia. Quizá por todo lo que vivido en sus casi cuarenta años de municipal, no daba mucho crédito a las palabras de ese pobre desgraciado.
—Voy a tirarme.
—Escucha, por favor —medió la policía que ya había reconocido al hombre sin lugar a dudas: lo había visto ese mismo día—. Tenemos que hablar de esos niños, sus padres se lo merecen. Nos tienes que contar todo.
—El maletero del coche —dijo. Marina volvió a mirar a Ramón. Ambos hicieron el típico gesto de tragar saliva.
—¿Qué hay en el maletero? —preguntó Marina.
—Ábranlo y me creerán —pidió el hombre.
El agente Ramón se acercó al coche.
—Si mi compañero abre el maletero ¿me prometes que no saltarás?— No obtuvo respuesta; el tipo había empezado a temblar y eso complicaba su estabilidad sobre el borde del puente —. ¡Tienes que prometerme que no saltarás!
Marina se acercó hasta él, faltaba apenas un palmo para que pudiera asirlo de su muñeca y evitar la caída a la carretera. Su compañero tenía razón, no corría peligro solo su vida, sino la de los conductores que, ajenos a aquel esperpento, conducían bajo el puente.
La policía miró a Ramón y movió la cabeza en señal de afirmación. El veterano puso su mano sobre la palanca que debería abrir el portón trasero del flamante Range Rover que conducía el hombre. Una vez escuchó el clac característico, Ramón miró de nuevo a Marina y a aquel desgraciado. Si de verdad allí dentro había algo relacionado con un menor, le habría jodido su jubilación.
Ramón subió el portón y lo que sucedió no lo iba a olvidar con fácilidad. Lo recordaría cada vez que tuviera que meter en el maletero de su coche las mochilas del colegio de sus nietos.

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Buen comienzo,, ya te atrapa.
Gracias, espero que el resto te guste también.
Olee!!! Esperando la continuación… me dejaste en ascuas!!! …. quiero más Jajaja
Me alegro, en Febrero la publico. Gracias
Wow!! Que intriga!!!
jeje, gracias, espero que te guste el resto.
Ya se me aceleró el pulso. ¿Y este es el primer capítulo? Voy a tener q leer el libro con un tensiómetro. Cuando lea lo q hay en el maletero voy a ser yo quien empuje al Sr ese🤭🤭
Recuerda que no todo es lo que parece…
Intriga, da que pensar en lo que vendrá.
Mis felicitaciones , quedo expectante ante la preventa de esta nueva novela. Mil gracias por esta primicia que nos ha dado; cuya “música” , en estos primeros “compases”, suena francamente bien.
Un abrazo, desde Teruel, “Ciudad del Amor y del Mudéjar”
Sonsoles Moreno
Hola,Sonsoles. Muchas gracias por tu comentario, no sabía eso de Teruel. Habrá que visitarlo pronto.
¡Muy interesante!
ME alegro de que te haya gustado. Ahora a por el libro en preventa.
¡Hola!
Vaya primer capítulo… Es muy potente y nos has dejado con la intriga de saber lo que habrá dentro del maletero.
Estoy deseando saber más sobre tu nuevo libro. Gracias por dejarnos leer un pequeño adelanto.
Hola, Bea. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Hoy he mandado un nuevo email, espero que lo hayas podido ver. Gracias y hasta pronto.
Madre mía, ahora, ¿cómo sigo yo viviendo con esta intriga ?. No tardes mucho, en poner el libro entero a la venta, por favor.
¡Fabulosooooo!
El 29 de Febrero, ya puedes reservarlo. Gracias