Lo peor que te puede ocurrir en tu corta existencia no es que se te mueran un marido o un hijo. Lo peor que te puede pasar es perder tu código postal.
¿Cómo se pierde un código postal?
Cuando el pueblo en el que llevas viviendo más de treinta años desaparece. Desaparece porque fue creado para albergar a los trabajadores de una mina que después de esos treinta años de expolio ya no es rentable.
Cosas que tiene el capitalismo, oye.
La indemnización irrisoria que te dan te deja con lo que habitualmente se conoce como una mano delante y otra detrás. Porque la casa iba ligada al trabajo en la mina.
No mina, no casa.
Y de esta forma solo te queda usar la vieja furgoneta que con tanto cariño camperizaste con tu marido para recorrer España y Europa como tu nuevo refugio.
Y así te conviertes en una nómada.
En una nómada que viaja de pueblo en pueblo buscando trabajo: aceitunas, fresas, uvas…Todo lo que sea necesario recoger para pagarte cuatro duros y seguir sobreviviendo.
No basta con perder a tu familia en un incendio tan idiota como evitable, no basta con perder tu casa y no basta con perder hasta tu código postal. También pierdes la dignidad. La pierdes cuando hace tanto frío que no puedes dormir en la furgoneta porque no te llega para pagar el gasoil que permite tener encendida la calefacción estática. Pierdes la dignidad cuando tienes que dormir acurrucada entre varias personas que no conoces de casi nada y que desprenden olores corporales que no sabías que existían. Y cuando tienes que hacer tus necesidades a tres metros de estas personas tapada solo por una cortina.
Esa situación supera a tener que cenar todas las noches sopa de sobre o incluso a tener que ir a un comedor social.
¿Suicidio?
Muchas veces llama a la puerta. Tantas que al final se convierte en algo banal que acabas ignorando cuando viene a ti. Porque ganas de morir las tienes todos los días, o casi todos. El problema es que no crees en la otra vida ni en reencontrarte en otra dimensión con tu marido y con tu hija. Eso hace que la inercia de vivir siga presente y no te suicides.
Queda algún resquicio para la alegría: cuando se organiza alguna comilona de fin de campaña; o cuando algún semidesconocido se mete entre tus piernas más de una noche y te hace sentir querida o deseada o simplemente te hace creer que eres una persona normal. A los dos días el tipo desaparece y esta alegría se esfuma como lágrimas en la lluvia: como en Blade Runner.
¿Final feliz?
Imposible.
En un mundo donde importa más el reparto de dividendos entre accionistas que el reparto de felicidad entre las personas es muy difícil un final feliz. A no ser que conviertas este estilo de vida nómada en algo parecido a la felicidad. Quién sabe si con el tiempo lo conseguiré.
Mientras tanto, seguiré viviendo una road movie de pueblo en pueblo, de código postal en código postal.
©2024 Zarzo Escribano