Desde que Ed ingresó en prisión, cambió su forma de pasar el día de la madre. No solo porque no tendría que sentarse a la mesa con ella, sino porque esa presión que le atenazaba el pecho desde por la mañana al despertar desapareció. Ed no sabía si a su madre le gustaría el regalo que le había preparado, o si, al menos, estaría de buen humor.
Y es que la madre de Ed no lo trataba como se supone que debe tratarse a un hijo. Siempre había supuesto un estorbo que molestaba en casa. Ed vino casi de rebote, porque a su padre se antojó tener descendencia masculina después de haber engendrado a dos féminas. Y, claro, como él no tenía que parir, pues violó a su mujer las veces necesarias hasta que, por pura casualidad, concibió a un hijo. Y después de hacerlo, se puso a beber, y no paró hasta el día que se fue de casa. Así que al pobre Ed no le quedó otra que estar a la merced de su madre y sus dos hermanas. Ninguna le dio el amor que merecía. Con esa falta de cariño, Ed estaba abocado a acabar en la cárcel.
Aquel era su primer día de la madre entre rejas, y Osvaldo Reina le tenía preparada una sorpresa.
—Ey, Ed, acompáñame, tengo algo para ti —Ed ignoró la llamada del recluso más violento de la prisión de Vacaville. Pero a Osvaldo no se le ignora—. Tú, Ed, Ed Kemper, date la vuelta ahora mismo.
Ed, educado y sumiso por naturaleza, para no provocar un altercado, obedeció y se giró. Se encontró con una bandeja de la cantina de la prisión. Encima de la bandeja había una especie de busto rudimentario hecho con una pelota de baloncesto a la que Osvaldo le había colgado unos hilos como si fuera el pelo, pintado unos ojos y abierto un boquete en la zona de la boca.
En la bandeja había un papel que ponía: «dame mi regalito del día de la madre, aquí tienes la boquita de mamá».
Ed se levantó, se dirigió hacia Osvaldo y se paró a escasos centímetros de él. Miró la aberración que le estaba ofreciendo, nada más y nada menos que una representación de la cabeza de su madre. Ed clavó sus ojos en Osvaldo, que sonreía. Los reclusos a su alrededor estaban tensos, esperando la pelea. No sé produjo.
—Es usted muy maleducado, Osvaldo —dijo Ed, y se dio la vuelta.
Osvaldo lo insultó y gritó toda clase de improperios relacionados con su madre.
El día de la madre pasó, y al cabo de los meses, Osvaldo apareció muerto en su celda. Lo habían estrangulado tan fuerte que habían reducido el tamaño de su cuello diez centímetros.
Ed Kemper podría considerarse un monstruo, una aberración que había matado, descuartizado y violado la cabeza de su madre. Pero nadie tenía derecho a hacer burla de ello. Sobre todo porque, después de haber asesinado a su madre, él había dejado atrás la violencia.
Excepto con todo aquel que osara traerle el recuerdo de ella.
Angels Aguilera Lopez says
👏👏👏 Brutal!!! Has plasmado con muy pocas palabras una mente psicópata como la de Ed.
Gracias por estos relatos.
gzescribano says
Gracias como siempre, Angels, que tengas un gran domingo.
vol_vo_reta Mercè Morillo Aracil says
Cortó, conciso y muy bueno como siempre un relato brutal.
gzescribano says
Viva tú, Gracias.
Sonsoles Moreno Mayoral says
Muy especial este relato.
Parecía una cosa y resultó otra. Condensa una historia dolorosa y cruel en una “píldora” que no calma, sino que desasosiega. Es perfecto.
Siempre sorprendiendo.
Gracias que van acompañadas de un abrazo
gzescribano says
Gracias, Sonsoles, otro para ti.
Ramón Tomé says
Será porque no conozco la historia del personaje real por lo que me ha parecido tan cruel y desgarrador hacer eso con una madre, pero claro está, la mente de un psicópata es un laberinto que, tal vez solo otra mente igual sea capaz de entender….o no.
Una nueva genialidad que te hace pensar.
gzescribano says
Este hombre creo que va más allá de la psicopatía. He leído y visto bastante sobre él y da más miedo que cualquier monstruo que te puedas imaginar. Gracias por leerlo.