Escuché dos fuertes ruidos. Yo conocía bien el sonido de los disparos de una escopeta. Pero no estaba segura. Me asusté y le pedí a Mario que sacara su cabeza de entre mis piernas y nos marcháramos de allí.
—¿Qué pasa ahora, Pilar? ¿Más perros?
Por culpa de unos perros pastores que nos dieron un buen susto, ya no íbamos al campo a hacer nuestras cosas, sino que buscábamos la oscuridad de las callejuelas. Habíamos encontrado un lugar perfecto en el pueblo vecino.
—Vámonos —insistí.
Manolo arrancó el coche mientras se limpiaba los restos de mí, como el que se limpia la grasa de un plato de cochinillo asado.
Antes de doblar la esquina del oscuro callejón miré hacia atrás.
Y lo vi.
A través de la luna del coche, un sombra humana se recortaba bajo una farola. Nunca olvidaría esa sombra ni lo que supuso en mi vida.
—Yo no he oído nada, puede ser cualquier cosa, mujer—dijo Manolo cuando le conté lo de los disparos—. Siempre estás asustándote.
—Si no fuera por mis sustos, Antonio ya nos habría pillado —dije—. Y entonces sí que oirías ruidos de perdigonazos.
Manolo ni replicó, sabía cómo se las gastaba mi marido con la escopeta: iban juntos de caza.
Al día siguiente mis sospechas se confirmaron: asesinato en el pueblo de al lado.
Habían matado a un empresario y se había montado un circo mediático de los buenos. Hasta Telecinco había llegado con una unidad móvil.
¿Por qué?
Porque se dio la casualidad de que era catorce de febrero. Más bien la madrugada del trece al catorce, pero a la prensa le sirvió que el crimen hubiera ocurrido pasadas las doce para ponerle la etiqueta:
El crimen de los enamorados.
¿Qué consecuencias tuvo para mí?
El hijo del empresario (la sombra) declaró que había visto un coche rojo y recordó parte de la matrícula y el modelo. Y claro, la guardia civil no tardó ni veinticuatro horas en localizar el coche de Manolo. Que no tardó ni veinticuatro minutos en hablarles de mí.
Yo casi me desmayo cuando me encontré con los de verde al abrir la puerta de mi casa. ¡Que éramos sospechosos del crimen, oye! Así, de buenas a primeras.
Culpables éramos, de adulterio, y Manolo de mal amante, porque llevábamos más de tres meses juntos, y no me había llevado ni a una sucia pensión.
Siempre en su Golf rojo. Maldito coche.
Nos dejaron ir porque nada nos hacía sospechosos. La puerta de la casa del empresario no estaba forzada ni nosotros teníamos restos de pólvora en las manos.
¿Qué pasó con mi marido?
No montó ningún escándalo. Tenía su carácter, pero era un hombre calmado: él, mientras pudiera salir con la bicicleta los sábados, y de caza los domingos, era feliz.
Le impresionó mucho la noticia del crimen. Conocía al empresario asesinado y había comido en uno sus restaurantes.
Pero si en el pueblo vecino ocurrió «El crimen de los enamorados», en el mío estaba el cornudo de los enamorados. Demasiada mofa para que él mantuviese una actitud tan buena. Una actitud que me asustó.
Al siguiente domingo se iba de montería con Manolo, que se dejó convencer por mi marido porque le vio muy afectado por el asesinato.
—Tu Antonio de bueno que es, es tonto —dijo Manolo—. Además, viene Diego con nosotros, no tengas miedo, mujer.
Manolo vino a recoger a mi Antonio la mañana de la montería en cuestión.
—Tira para el coto que Diego está malo —dijo mi marido.
La cara de Manolo sí que cambió a la de un enfermo cuando escuchó la noticia.
Salí a despedirles, y Antonio miró hacia atrás por la luna trasera del coche como yo lo había hecho la noche del crimen.
Y creí ver una sombra dentro del maldito coche rojo.
Entré en casa, y esta vez sí que doblé las rodillas de la impresión. Encima de la mesa de la cocina había una revista antigua de ciclismo con la foto de un joven en una cama de hospital, con toda la parafernalia de cables, y con el pecho vendado: era un tal Greg Lemond, un ciclista que sufrió un accidente caza.
Me dio tal crisis de ansiedad que no fui capaz de llamar a la Guardia Civil antes de desmayarme.
Esta vez Manolo sí que oiría disparos.
Manuel says
Muy bueno… Y muy corto
gzescribano says
Muchas gracias, me alegro de que te guste.
Cristina Rosas V. says
Excelente relato para entretener un domingo, además me dejo queriendo saber más de esta historia. El autor tiene una manera de contar cada cosa que te envuelve.
gzescribano says
Jo, Cristina, muchísimas gracias, me emociono con comentarios de este tipo.
Ramón Tomé says
Hoy he descubierto los relatos de G.Z. Escribano y he de decir que El crimen de los enamorados ha sido de esas lecturas que son fáciles y entretenidas y que te dejan con la miel en los labios, como esperando que no se acabe tan pronto.
Seguro que me leeré muchas más….
Mer says
Muy buen relato, de los que dejan al lector con ganas de saber más. Gracias!
gzescribano says
Gracias por leerlo, me alegro de que te guste.
Hector alejandro says
Como lo puedo descargar
gzescribano says
Hola, Héctor, qué quieres descargar? La novela?
Sabina says
Es un relato corto, y eso tiene más mérito aún, pues es todo suspense y emoción.
Adulterio con su amigo cazador.
gzescribano says
Muchas gracias, eso sí que sería rebuscado, en plan Brokeback Mountain, no? jeje