José Luis caminaba con prisa. Los cinco grados del termómetro y la neblina que se había formado entre las calles de la ciudad invitaban a mover el sistema locomotor con rapidez. Tenía que llegar al metro antes de que lo cerraran: solo le quedaban diez minutos para que pasase el último convoy nocturno.
Cuando dobló la esquina que le llevaba a la plaza creía que lo había logrado, pero entonces un coche, negro, se detuvo delante de él cuando se disponía a cruzar la calle. Dos tipos con mascarilla y gorra salieron del vehículo, le dieron dos puñetazos en la cara y dos en el estómago y lo metieron a la fuerza en el asiento trasero.
Una vez dentro, otro golpe en la sien le terminó de aturdir y cayó en un duermevela extraño, como si tuviera una resaca después de una boda. En ese estado de semiinconsciencia sintió que alguien lo desnudaba, lo ataba y le ponía un trapo en la boca.
Cuando recobró la consciencia plena, despertó como el que despierta en una película de terror: desnudo, amordazado y atado con bridas a una silla metálica. Distinguió la puerta de lo que debía de ser un garaje de algún chalé, porque también había una moto de cross, utensilios de jardinería y una mesa de ping-pong plegada.
—José Luis Barbastro —dijo una voz a su espalda, justo antes de quitarle la mordaza.
—¿Quién es? ¿Por qué me han traído aquí?
—¿José Luis Barbastro? —Insistió.
—Soy yo, ¿qué pasa? —Por respuesta solo recibió un tremendo golpe en el cogote: una colleja con tanta violencia como si se la hubiera dado un monstruo con una mano de más de un metro—. ¿Por qué me pega? —Sollozó.
Escuchó algo arrastrarse en el suelo. Después le dieron la vuelta a la silla y descubrió, con cierto miedo, que lo que arrastraban era una bañera enorme en la que, con alta probabilidad, cabría una persona de casi un metro ochenta.
Una silueta se le aproximó y le pegó otra bofetada, esta vez en la cara que le volvió a arrancar lágrimas y quejidos al secuestrado.
—Llora, que más lloraba mi hija, ¡hijo de la gran puta!
—¡Yo no he hecho nada! —gritó José Luis entre lágrimas.
Otras dos bofetadas y un susurro que lo llamaba cobarde fueron la respuesta. José Luis descubrió que había dos personas más en el garaje. Vio como llenaban la bañera con una garrafa de un líquido que no supo identificar a simple vista. Lo hizo luego, cuando el olor penetrante del vinagre le llegó a su nariz.
Eso no le estremeció, lo que sí lo hizo fue advertir el cúter que portaba en la mano el que le había golpeado. Cuando el tipo se agachó y vio que llevaba guantes con la mano que sujetaba el cúter, se meó encima.
A unos dos kilómetros de allí, Julia se acababa de despertar. Había recibido un mensaje en el móvil que desearía no haber recibido nunca. Eran las cuatro de la madrugada y había dormido más bien poco. Cuando leyó el mensaje, escribió de vuelta preguntando si estaba completamente seguro de lo que le decía. Mientras, y por si acaso, se vistió con los mismos vaqueros que había usado el día anterior y con la misma camiseta. Cuando terminó de hacerlo recibió un nuevo mensaje asegurando la certeza de la información. «Tan cierto como que tu marido y los que le acompañan morirán algún día».
Se le encogió el estómago a Julia. Ella era consciente lo que estaba sucediendo en el garaje de sus amigos, a dos kilómetros de allí.
Consciente y cómplice.
Se acercó a la habitación de su hija mayor y le susurró al oído que tenía que salir urgente al trabajo, que se encargara ella de llevar a su hermana al instituto. La joven protestó, dijo un «que sí» y se hizo un ovillo con la manta.
Julia se acercó, antes de irse, a la habitación de su hija pequeña. Dormía. La medicación que tomaba le permitían conciliar un sueño profundo, sin pesadillas, después de varios meses en vela. La lágrima que recorrió la mejilla de Julia se depositó en el suelo, junto a un calcetín sucio de su hija.
Salió corriendo como un ladrón en la noche.
La silueta agarró los testículos de José Luis con fuerza. Los guantes mitigaban, en parte, el asco que sentía. No por tocar los huevos de otro hombre, sino porque no podía quitarse de su mente que aquel aparato reproductor masculino había profanado el de su hija, virgen hasta ese momento, y que el tipo había salido impune porque nadie pudo identificarlo ni sus restos genéticos constaban en las bases de datos de la policía.
Impune hasta ese momento en el que José Luis era el culpable que ellos habían estado buscando.
Su impunidad moriría en unas horas. La silueta, de nombre Mario, no disfrutaba de aquello como suponía que lo iba a hacer. Había mascado su venganza durante semanas. Había imaginado todo lo que haría a aquel despojo humano cuando lo tuviera a su merced. Y esa maquinación de venganza le daba cierto placer mezclado con rabia.
Ahora no lo estaba disfrutando y además estaba bloqueado.
—Vamos, córtasela al hijo de puta —dijo uno de sus ayudantes.
—Sí, joder, córtesela antes de que se mee otra vez.
José Luis se retorcía de dolor en la silla. Después de mearse le habían propinado todo tipo de golpes: en la cabeza, en el estómago, en las piernas y también en sus partes. La mordaza que le habían vuelto a colocar le impedía suplicar más.
Mario llevó la hoja del cúter a la zona genital de José Luis. Dudaba si cortarle de cuajo los huevos y la polla, o solo esta última.
Dudaba mucho. Tanto que agotó la paciencia de sus compinches.
—Vamos, joder, si no lo haces tú lo hago yo —gritó el más atrevido de los dos.
Mario tomó una decisión, posiblemente la mejor que pudo tomar. O no. No cortó ningún genital, sino que cortó las bridas de José Luis. Pidió ayuda a sus compañeros.
—Antes de hacerlo vamos a divertirnos un poco.
Los otros dos se permitieron sonreír. Le dieron varios puñetazos a José Luis para «dejarlo suave». Lo tomaron entre los tres y lo metieron en la bañera hasta los topes de vinagre. Cuando ya estaba dentro, Mario volvió a empuñar el cúter, tomó el pie derecho del secuestrado, y le seccionó el tendón de Aquiles.
Los alaridos del secuestrado traspasaron la mordaza, y para sofocarlos le metieron la cabeza en la bañera. Volvieron a golpearlo para que se callara. José Luis se desmayó. Entonces Mario cogió uno de los sacos de sal que habían transportado hasta allí, usó el cúter para abrirlo, y lo vertió en la bañera.
Despertaron a José Luis con bofetadas y con agua fría.
Volvieron a hacerle diversos cortes en partes de su anatomía: corva, axila, oreja… Todas ellas con muchas terminaciones nerviosas que hicieron que el hombre se desmayara una y otra vez. El vinagre y la sal agudizaban el dolor y, también, evitaban que se desangrara.
Después de una hora de tortura uno de los ayudantes de Mario protestó.
—Ya es hora, no ¿Mario? Hazlo o lo hago yo, en serio. Tenemos que irnos y recoger todo esto antes de que amanezca.
Mario asintió. Había tomado la segunda decisión: la que implicaba la zona de corte.
José Luis volvía a estar inconsciente.
—Despertadlo, tiene que verlo.
Los otros dos lo intentaron, le tiraron cubos de agua y le dieron varias bofetadas. No lo consiguieron.
—¿Está muerto? —Preguntó Mario.
—No creo, mira, mueve los labios.
Mario, entonces, se acercó al oído de José Luis. Le susurró algo que hizo que abriera los ojos. Los abrió mucho y se encontró con las manos de sus captores apretando, otra vez, sus testículos. Mario acercó el cúter y se dispuso a seccionar.
En ese momento unos golpes se escucharon en la puerta del garaje. Los tres hombres se asustaron y José Luis vio una oportunidad de salir vivo de allí. Intentó gritar, pero Mario le dio un puñetazo en la cara que le reventó la nariz.
—Abridme, soy Julia, soy yo —gritó la mujer de Mario.
Los tres hombres se miraron. Uno de ellos se dispuso a abrir. Pero Mario lo detuvo.
—No —y señaló a José Luis, que intentaba quitarse la mordaza.
Mario le propinó un corte en el antebrazo y el hombre desistió de su misión. Se abandonó a su suerte. Mario tomó el miembro del hombre. Había llegado el momento.
Miró a sus dos ayudantes antes de hacerlo. Ellos movieron la cabeza arriba y abajo, y sujetaron a José Luis
El cúter se aproximó a los genitales del supuesto violador.
En ese momento un coche arrolló la puerta de entrada y se coló en el garaje arrasando con lo que había a su paso. Se detuvo a escasos centímetros de la bañera en el que se perpetraba la tortura. Julia se bajó del coche, chilló que pararan, que estaban equivocados.
Llevaba el móvil en la mano y enseñó el mensaje que su amigo en la policía le había mandado. Volvió a chillar, llorando, exigiendo que pararan, que aquel hombre no era el violador de su hija.
Mario la miró y también rompió a llorar.
¿Era demasiado tarde?
María says
¡Helada! No tengo palabras, enganchadísima, y ahora, ¿qué hago con mi vida?… necesito continuación.
Es que se lee fácil, conectas al momento creando sed de más.
Te doy la enhorabuena, pero me dejas muy jod…a, tienes que escribir la continuación o la novela, por favor.
Gracias
gzescribano says
Gracias. Es una historia con muchas posibilidades, la verdad. Me hacen mucha ilusión tus palabras. Hasta pronto.
Mariona says
Bufffff ha sido de vértigo. Me ha gustado mucho.
gzescribano says
Mil gracias, la historia real es sobrecogedora.
Angels Aguilera Lopez says
Hola Zarzo, un relato q te eriza los pelos. Un tema con muchas aristas. Estoy segura q conseguirás hacer una trama contundente alrededor de este relato.
Gracias por contar conmigo
gzescribano says
Hola, será difícil pero lo conseguiré. Tiene mucho potencial la historia. Gracias como siempre, Angels. Hasta pronto.
Mercedes Morillo Aracil says
Te atrapa desde el primer instante, y te pone el vello de punta. Vas leyendo y vas queriendo más…
Muy bueno.
gzescribano says
Pues me alegro muchísimo de que te haya enganchado. Se convertirá en algo más grande en cuanto pueda.
Gracias por pasarte.
Cristina says
Esto es poner bien el caramelo en la boca! Muy buen comienzo, una host muy abierta con muchas posibilidades.
gzescribano says
jeje, buenas palabras. Gracias
Coro Comendador Regalado says
Ufff, me has dejado con ganas de leer más, te metes de lleno en esa escena en que ¿conseguirá salir libre o habrá consecuencias? Gracias
gzescribano says
Todo puede ser. Gracias por leerlo.
Manuel says
Leído sin respirar casi. Necesito más
gzescribano says
Gracias, Manuel, estoy en ello.
Beatriz says
Me ha dejado helada el relato. Consigues que sintamos lo que nos cuentas y con ganas de saber más. Muy bueno
gzescribano says
Muchísimas gracias, de verdad. Me emocionan tus palabras. HAsta pronto.