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Zarzo Escribano

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Vinagre y sal

octubre 8, 2023 by gzescribano 16 Comments

José Luis caminaba con prisa. Los cinco grados del termómetro y la neblina que se había formado entre las calles de la ciudad invitaban a mover el sistema locomotor con rapidez. Tenía que llegar al metro antes de que lo cerraran: solo le quedaban diez minutos para que pasase el último convoy nocturno.

Cuando dobló la esquina que le llevaba a la plaza creía que lo había logrado, pero entonces un coche, negro, se detuvo delante de él cuando se disponía a cruzar la calle. Dos tipos con mascarilla y gorra salieron del vehículo, le dieron dos puñetazos en la cara y dos en el estómago y lo metieron a la fuerza en el asiento trasero.

Una vez dentro, otro golpe en la sien le terminó de aturdir y cayó en un duermevela extraño, como si tuviera una resaca después de una boda. En ese estado de semiinconsciencia sintió que alguien lo desnudaba, lo ataba y le ponía un trapo en la boca.

Cuando recobró la consciencia plena, despertó como el que despierta en una película de terror: desnudo, amordazado y atado con bridas a una silla metálica. Distinguió la puerta de lo que debía de ser un garaje de algún chalé, porque también había una moto de cross, utensilios de jardinería y una mesa de ping-pong plegada.

—José Luis Barbastro —dijo una voz a su espalda, justo antes de quitarle la mordaza.

—¿Quién es? ¿Por qué me han traído aquí?

—¿José Luis Barbastro? —Insistió.

—Soy yo, ¿qué pasa? —Por respuesta solo recibió un tremendo golpe en el cogote: una colleja con tanta violencia como si se la hubiera dado un monstruo con una mano de más de un metro—. ¿Por qué me pega? —Sollozó.

Escuchó algo arrastrarse en el suelo. Después le dieron la vuelta a la silla y descubrió, con cierto miedo, que lo que arrastraban era una bañera enorme en la que, con alta probabilidad, cabría una persona de casi un metro ochenta.

Una silueta se le aproximó y le pegó otra bofetada, esta vez en la cara que le volvió a arrancar lágrimas y quejidos al secuestrado.

—Llora, que más lloraba mi hija, ¡hijo de la gran puta!

—¡Yo no he hecho nada! —gritó José Luis entre lágrimas.

Otras dos bofetadas y un susurro que lo llamaba cobarde fueron la respuesta. José Luis descubrió que había dos personas más en el garaje. Vio como llenaban la bañera con una garrafa de un líquido que no supo identificar a simple vista. Lo hizo luego, cuando el olor penetrante del vinagre le llegó a su nariz.

Eso no le estremeció, lo que sí lo hizo fue advertir el cúter que portaba en la mano el que le había golpeado. Cuando el tipo se agachó y vio que llevaba guantes con la mano que sujetaba el cúter, se meó encima.

 

A unos dos kilómetros de allí, Julia se acababa de despertar. Había recibido un mensaje en el móvil que desearía no haber recibido nunca. Eran las cuatro de la madrugada y había dormido más bien poco. Cuando leyó el mensaje, escribió de vuelta preguntando si estaba completamente seguro de lo que le decía. Mientras, y por si acaso, se vistió con los mismos vaqueros que había usado el día anterior y con la misma camiseta. Cuando terminó de hacerlo recibió un nuevo mensaje asegurando la certeza de la información. «Tan cierto como que tu marido y los que le acompañan morirán algún día».

Se le encogió el estómago a Julia. Ella era consciente lo que estaba sucediendo en el garaje de sus amigos, a dos kilómetros de allí.

Consciente y cómplice.

Se acercó a la habitación de su hija mayor y le susurró al oído que tenía que salir urgente al trabajo, que se encargara ella de llevar a su hermana al instituto. La joven protestó, dijo un «que sí» y se hizo un ovillo con la manta.

Julia se acercó, antes de irse, a la habitación de su hija pequeña. Dormía. La medicación que tomaba le permitían conciliar un sueño profundo, sin pesadillas, después de varios meses en vela. La lágrima que recorrió la mejilla de Julia se depositó en el suelo, junto a un calcetín sucio de su hija.

Salió corriendo como un ladrón en la noche.

 

La silueta agarró los testículos de José Luis con fuerza. Los guantes mitigaban, en parte, el asco que sentía. No por tocar los huevos de otro hombre, sino porque no podía quitarse de su mente que aquel aparato reproductor masculino había profanado el de su hija, virgen hasta ese momento, y que el tipo había salido impune porque nadie pudo identificarlo ni sus restos genéticos constaban en las bases de datos de la policía.

Impune hasta ese momento en el que José Luis era el culpable que ellos habían estado buscando.

Su impunidad moriría en unas horas. La silueta, de nombre Mario, no disfrutaba de aquello como suponía que lo iba a hacer. Había mascado su venganza durante semanas. Había imaginado todo lo que haría a aquel despojo humano cuando lo tuviera a su merced. Y esa maquinación de venganza le daba cierto placer mezclado con rabia.

Ahora no lo estaba disfrutando y además estaba bloqueado.

—Vamos, córtasela al hijo de puta —dijo uno de sus ayudantes.

—Sí, joder, córtesela antes de que se mee otra vez.

José Luis se retorcía de dolor en la silla. Después de mearse le habían propinado todo tipo de golpes: en la cabeza, en el estómago, en las piernas y también en sus partes. La mordaza que le habían vuelto a colocar le impedía suplicar más.

Mario llevó la hoja del cúter a la zona genital de José Luis. Dudaba si cortarle de cuajo los huevos y la polla, o solo esta última.

Dudaba mucho. Tanto que agotó la paciencia de sus compinches.

—Vamos, joder, si no lo haces tú lo hago yo —gritó el más atrevido de los dos.

Mario tomó una decisión, posiblemente la mejor que pudo tomar. O no. No cortó ningún genital, sino que cortó las bridas de José Luis. Pidió ayuda a sus compañeros.

—Antes de hacerlo vamos a divertirnos un poco.

Los otros dos se permitieron sonreír. Le dieron varios puñetazos a José Luis para «dejarlo suave». Lo tomaron entre los tres y lo metieron en la bañera hasta los topes de vinagre. Cuando ya estaba dentro, Mario volvió a empuñar el cúter, tomó el pie derecho del secuestrado, y le seccionó el tendón de Aquiles.

Los alaridos del secuestrado traspasaron la mordaza, y para sofocarlos le metieron la cabeza en la bañera. Volvieron a golpearlo para que se callara. José Luis se desmayó. Entonces Mario cogió uno de los sacos de sal que habían transportado hasta allí, usó el cúter para abrirlo, y lo vertió en la bañera.

Despertaron a José Luis con bofetadas y con agua fría.

Volvieron a hacerle diversos cortes en partes de su anatomía: corva, axila, oreja… Todas ellas con muchas terminaciones nerviosas que hicieron que el hombre se desmayara una y otra vez. El vinagre y la sal agudizaban el dolor y, también, evitaban que se desangrara. 

Después de una hora de tortura uno de los ayudantes de Mario protestó.

—Ya es hora, no ¿Mario? Hazlo o lo hago yo, en serio. Tenemos que irnos y recoger todo esto antes de que amanezca.

Mario asintió. Había tomado la segunda decisión: la que implicaba la zona de corte.

José Luis volvía a estar inconsciente.

—Despertadlo, tiene que verlo.

Los otros dos lo intentaron, le tiraron cubos de agua y le dieron varias bofetadas. No lo consiguieron.

—¿Está muerto? —Preguntó Mario.

—No creo, mira, mueve los labios.

Mario, entonces, se acercó al oído de José Luis. Le susurró algo que hizo que abriera los ojos. Los abrió mucho y se encontró con las manos de sus captores apretando, otra vez, sus testículos. Mario acercó el cúter y se dispuso a seccionar.

En ese momento unos golpes se escucharon en la puerta del garaje. Los tres hombres se asustaron y José Luis vio una oportunidad de salir vivo de allí. Intentó gritar, pero Mario le dio un puñetazo en la cara que le reventó la nariz.

—Abridme, soy Julia, soy yo —gritó la mujer de Mario.

Los tres hombres se miraron. Uno de ellos se dispuso a abrir. Pero Mario lo detuvo.

—No —y señaló a José Luis, que intentaba quitarse la mordaza.

Mario le propinó un corte en el antebrazo y el hombre desistió de su misión. Se abandonó a su suerte. Mario tomó el miembro del hombre. Había llegado el momento.

Miró a sus dos ayudantes antes de hacerlo. Ellos movieron la cabeza arriba y abajo, y sujetaron a José Luis

El cúter se aproximó a los genitales del supuesto violador.

En ese momento un coche arrolló la puerta de entrada y se coló en el garaje arrasando con lo que había a su paso. Se detuvo a escasos centímetros de la bañera en el que se perpetraba la tortura. Julia se bajó del coche, chilló que pararan, que estaban equivocados.

Llevaba el móvil en la mano y enseñó el mensaje que su amigo en la policía le había mandado. Volvió a chillar, llorando, exigiendo que pararan, que aquel hombre no era el violador de su hija.

Mario la miró y también rompió a llorar.

¿Era demasiado tarde?

 

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No lo sabía

septiembre 16, 2023 by gzescribano 16 Comments

Elisa no sabía que la iban a asesinar. Bajó hasta el garaje buscando su coche, como cada día, y cuando metió la llave en la cerradura sintió una mano en el hombro.

 

Yo no sabía que me iban a asesinar. Me desperté más temprano de lo habitual porque tuve una pesadilla en la que alguien me perseguía. Bajé, como cada mañana, al garaje para coger mi viejo Seat Panda y antes de abrir la puerta noté que alguien me tocaba la espalda.

 

Yo no sabía que iba a asesinarla. Solo quería tocarla. Cada día caminaba por el garaje, tan elegante, con sus vestidos o faldas. Se contoneaba como si tuviera derecho a poner cachondo a cualquiera que la mira y eso no acarreara consecuencias. Yo la observaba desde mi garita de vigilante del parking. Toqué su hombro desnudo justo antes de meterse en el coche. 

 

Se asustó, todavía era de noche y no esperaba una mano tocándola. Aquella mano fuerte, áspera y, sobre todo, ajena, no presagiaba nada bueno. Gritó y entonces él tapó su boca con fuerza y la empotró contra el coche. 

 

Me di un golpe contra la parte superior del coche y me quedé un poco aturdida. No fui consciente de que alguien me estaba intentando violar hasta que noté cómo la mano que antes me tocaba la espalda se coló por debajo de mi falda y me arrancó las bragas como el que arranca una mora de un zarzal en agosto. 

 

Mentiría si dijera que no me gustó el calor de su entrepierna, no es que yo haya tocado muchos coños en mi vida. Y es que el de ella se sentía tan apetecible. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba intentó gritar de nuevo, así que tuve que agarrarla de la cabeza y golpearla con fuerza contra su viejo coche. Una vez, dos, hasta que entendió que era mejor no gritar. Aunque quizá se quedó inconsciente. 

 

Perdió la consciencia tras el segundo golpe contra la chapa de su Panda, al que le hizo una abolladura y dejó una levísima mancha de sangre. ¡Qué disgusto se iba a llevar su padre cuando viera lo que habían hecho con su viejo Seat! El vigilante del garaje ya tenía vía libre para profanar el cuerpo de Elisa, a la que tanto había deseado durante meses, pero que nunca se había dignado ni a mirar a los ojos. ¿Timidez? ¿Cobardía?

 

Yo no soy un cobarde. Un cobarde nunca se atrevería a hacer esto por miedo a que le pillen. Un cobarde solo se masturba fantaseando con que viola a una mujer, pero nunca se atreve. Y yo sí lo estaba haciendo. Y me sentía tan bien que no tardé ni dos minutos en correrme. 

 

Recuperé la consciencia y escuché un gruñido a mi espalda. También noté algo entre mis piernas que me costó descifrar. ¿Sería esto una continuación de la pesadilla que había tenido esa misma noche? No, no lo era. Alguien me estaba violando y, por el terrible dolor que noté en la frente, debió de haberme golpeado fuerte. Después del gruñido el tipo se relajó y entendí que ese sería mi momento.

 

Elisa, en un alarde de valentía, empujó al vigilante y consiguió zafarse de él. Este, con la polla fuera y desconcertado por el arrebato de la mujer, se recompuso y fue en su búsqueda. El garage estaba oscuro, y él se lo conocía como un ciego conoce el camino a la panadería. 

 

La muy estúpida se pensaba que se iba a escapar. Podía haberse librado, pero tuvo que joderme. Me la encontré gritando en el suelo, se había tropezado con la cadena que le abro todas las mañanas para que salga del garaje. Mira que no acordarse…

 

Sentí la cadena alrededor del cuello. La misma cadena que cada mañana me abría el vigilante que ahora me estaba estrangulando; mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y me di cuenta de que era él.

 

Elisa no pudo contarlo, el vigilante repitió con otra mujer al cabo de los meses. Un modus operandi tan idéntico no pasó inadvertido para el inspector Del Olmo y la subinspectora Saaavedra, , que fue la que tocó la puerta de la garita del vigilante del parking casi un año después de que Elisa se dio cuenta de que la iban a asesinar. 

 

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El farol de pompeya

julio 30, 2023 by gzescribano 11 Comments

—¡Mi mujer, se la ha llevado el volcán!

Atilio Cano, cincuentón, grande y pálido como la luna, pronunció estas palabras en el puesto de la Guardia Civil de El paso.

Los compañeros confirmaron la gravedad de su estado: el cuerpo lleno de magulladuras y quemaduras. Él y su mujer, Amalia Zurita, estaban por la zona el día de la erupción.

—Queríamos estar lo más cerca posible cuando el volcán erupcionara, ya se lo he repetido más de veinte veces a sus compañeros —dijo Atilio cuando le entrevisté.

—Me hago cargo —dije—. Pero como inspector responsable del caso debo tomarle declaración otra vez. 

Atilio contó que a su mujer le encantaban los volcanes desde la erupción submarina en El Hierro, donde pasaban unas vacaciones cuando ocurrió. También viajaron a Islandia y al Etna. En cuanto se enteraron de la elevada actividad sísmica en La Palma no tardaron en volar hasta a la Isla bonita. El día de la erupción hacían senderismo, cámara en mano, buscando tomar la mejor foto y vivir la experiencia en primera línea. Tan en primera fila que una roca golpeó a Amalia y Atilio también resultó herido. Le fue imposible asistirla y tuvo que huir, y se vio obligado a dejar a su mujer allí tirada a merced de la lava.

Esta fue su declaración, que concordaba punto por punto con las tres anteriores. Todo parecía una imprudencia de dos aficionados a los volcanes.

 

Pero unos días antes de entrevistar a Atilio, Olga, mi compañera, puso en duda su versión de los hechos.

 

—Inspector Del Olmo —dijo Olga—. La declaración de Ricardo, el hijo de la fallecida, confirma los viajes, pero no sabe nada de la afición de su madre por volcanes.

—No todos los hijos saben todo de sus madres —dije—. Y de sus padrastros menos.

—Bueno, hay más.

Dejó una carpeta sobre mi escritorio con un informe del portátil del viudo que habían sacado los informáticos forenses.

—¿Qué significa esto, subinspectora? —pregunté— La gente busca información de volcanes y de cualquier cosa en Internet, ¿no?.

—¿Lo has leído entero?

Negué y, gruñendo, volví a repasarlo.

—¡Hostia!

Me miró sonriente.

—Me divierte cuando abres tanto esos ojos enanos, parecen más grises todavía —dijo.

Olga era tan alta que siempre bromeábamos sobre que su talento para fijarse en los detalles se debía a que lo observaba todo desde las alturas.

 

—Atilio, disculpe —dije—, pero…¿por qué no hay fotos de ustedes en el volcán de Islandia ni en el Etna?

Tosió y se miró las manos.

—Sí que las hay. ¿Por qué?

—Hemos investigado sus redes sociales y su ordenador, y no hemos encontrado imágenes de volcanes. También hay un testigo que afirma que su mujer nunca habló de ello.

—¿Quién es ese testigo? Ah, ya, Ricardo… —Sonrió con malicia y se encogió de hombros—. Así que Ricardito me hace quedar como un mentiroso, ¿no? O algo peor —Se produjo un breve silencio—. Deberían mirar mejor en mi ordenador, encontrarán más fotos, incluso fotos que un hijo no debería ver.

—Sí, también las hemos visto —repliqué—. Hablando de fotos…

Le dejé sobre la mesa las que le hicieron el día de la erupción, sus quemaduras, heridas, y el informe del médico que le atendió. Le enseñé una frase subrayada con rotulador fluorescente.

Cuando la leyó volvió a toser, más fuerte.

—¿Tiene algo que decir, Atilio?

Me miró desafiante.

—¿Estoy arrestado, inspector?

Las palabras del informe rezaban: «lesiones incompatibles con quemaduras por lava». 

—No, de momento —dije.

—Entonces, con su permiso…

Atilio se levantó de la silla.

—No se marche todavía, por favor.

Le interrogamos durante más de dos horas. Presionándolo, tratando de intimidarlo, pero no hubo manera. En aquella situación no podíamos hacer mucho más, solo teníamos indicios, no podía detenerle.

Cuando parecía que debíamos poner en libertad a ese hombre, me dirigí hasta la ventana. Allí estaba el volcán. Llevaba una semana sin vomitar magma de las entrañas de nuestro planeta.  

Miré a los ojos a Atilio, que no me rehuyó la mirada.

—Usted que sabe tanto de volcanes sabrá que en Pompeya se encontraron cadáveres muy bien conservados, ¿verdad? —dije—. Hoy en día la antropología forense ha avanzado tanto que no sería difícil encontrar restos de violencia en un cuerpo sepultado bajo la lava—. Era un farol, pero tenía que jugármela sí o sí.

Agachó la cabeza. Tosió tan fuerte le produjo una arcada. Las lágrimas del cobarde vinieron después. 

Volví a mirar al volcán; los habitantes de La Palma ya podrían descansar tranquilos.

Y, quizá, Amalia y su familia también.

 

 

 

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Protegido: El control del latido

julio 16, 2023 by gzescribano 41 Comments

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Protegido: El mar en su mirada

julio 8, 2023 by gzescribano 21 Comments

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Ella y él

junio 17, 2023 by gzescribano Leave a Comment

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EXT.​​ TERRAZA​​ ÁTICO​​ -​​ DÍA

Lourdes​​ coloca​​ minuciosamente​​ la​​ mesa:​​ dos​​ platos,​​ dos​​ tenedores,​​ dos​​ cuchillos​​ y​​ dos​​ copas​​ de​​ vino.​​ Mira​​ hacia​​ el​​ interior​​ de​​ la​​ casa,​​ comprueba​​ que​​ nadie​​ la​​ observa.​​ 

Entonces​​ machaca​​ varias​​ pastillas​​ y​​ las​​ echa​​ en​​ la​​ copa​​ de​​ de​​ vino.​​ Lo​​ diluye.​​ 

INT.​​ DORMITORIO​​ -​​ DÍA

Lourdes​​ coloca​​ ropa​​ masculina​​ sobre​​ la​​ cama.​​ Una​​ americana​​ azul,​​ una​​ camisa​​ blanca,​​ una​​ corbata​​ y​​ unos​​ pantalones.​​ También​​ deja​​ unos​​ zapatos​​ de​​ hombre.​​ 

LOURDES

Aquí​​ te​​ dejo​​ tus​​ zapatos​​ favoritos.

MARIDO​​ (V.O)

Mis​​ zapatos​​ favoritos,​​ mis​​ zapatos​​ favoritos.​​ Esos​​ son​​ tus​​ zapatos​​ favoritos,​​ no​​ los​​ míos.

CORTE

Lourdes​​ se​​ termina​​ de​​ arreglar​​ frente​​ al​​ espejo.

LOURDES

No​​ seas​​ cascarrabias​​ y​​ vístete.

Unos​​ pies​​ se​​ ponen​​ unos​​ calcetines​​ y​​ se​​ calzan​​ los​​ zapatos.

MARIDO​​ (V.O)

A​​ ver​​ a​​ qué​​ viene​​ arreglarse​​ tanto​​ si​​ vamos​​ a​​ comer​​ en​​ casa.

Lourdes​​ se​​ termina​​ de​​ vestir.

LOURDES

Por​​ favor,​​ no​​ me​​ la​​ montes​​ otra​​ vez.​​ Es​​ una​​ comida​​ especial.​​ Voy​​ a​​ maquillarme

Lourdes​​ sale​​ de​​ la​​ habitación.​​ Una​​ chaqueta​​ se​​ pone​​ sobre​​ el​​ cuerpo​​ del​​ marido.

INT.​​ CUARTO​​ DE​​ BAÑO​​ -​​ DÍA

Lourdes​​ se​​ maquilla

MARIDO​​ ((V.O)DESDE​​ LA​​ HABITACIÓN)

Esta​​ chaqueta​​ es​​ horrorosa,​​ ¿por​​ qué​​ me​​ tengo​​ que​​ vestir​​ siempre​​ como​​ tú​​ quieres?​​ Siempre​​ has​​ tenido​​ mal​​ gusto.

A​​ Lourdes​​ se​​ le​​ corre​​ el​​ lápiz​​ de​​ ojos.​​ Sus​​ labios​​ se​​ curvan​​ hacia​​ abajo,​​ cierra​​ los​​ ojos,​​ triste.​​ Recoge​​ las​​ cosas​​ de​​ maquillaje​​ y​​ se​​ marcha​​ a​​ la​​ habitación.

INT.​​ DORMITORIO​​ -​​ DÍA

Lourdes​​ se​​ sienta​​ en​​ la​​ cama.

LOURDES

Yo​​ solo​​ quiero​​ que​​ comamos​​ como​​ una​​ pareja​​ normal.​​ Como​​ una​​ pareja​​ feliz...

Lourdes​​ se​​ lleva​​ las​​ manos​​ a​​ la​​ cara

MARIDO​​ (V.O)

Nosotros​​ no​​ hemos​​ sido​​ normales​​ en​​ la​​ puta​​ vida.​​ Mírate,​​ si​​ no​​ eres​​ más​​ que​​ un​​ despojo.

Lourdes​​ levanta​​ la​​ mirada.

El​​ marido​​ se​​ termina​​ de​​ ajustar​​ la​​ corbata​​ frente​​ al​​ espejo.

MARIDO/LOURDES

Me​​ vas​​ a​​ matar​​ de​​ un​​ infarto​​ con​​ tanto​​ estrés​​ de​​ cenas​​ y​​ comidas​​ y​​ mierdas​​ tuyas​​ para​​ ser​​ felices.​​ 

Lourdes,​​ arreglada​​ con​​ ropa​​ de​​ hombre,​​ habla​​ frente​​ al​​ espejo​​ del​​ dormitorio.​​ 

Lourdes​​ sentaba​​ en​​ la​​ cama,​​ sola​​ y​​ hundida,​​ se​​ tapa​​ la​​ cara​​ y​​ recuerda​​ las​​ palabras​​ de​​ su​​ otro​​ yo:​​ 

MARIDO/LOURDES​​ (VOZ​​ EN​​ OFF)

...me​​ vas​​ a​​ matar​​ de​​ un​​ infarto...

Lourdes​​ sale​​ de​​ la​​ habitación

EXT.​​ TERRAZA​​ ÁTICO​​ -​​ DÍA

Lourdes​​ llega​​ a​​ la​​ terraza.​​ Toma​​ la​​ copa​​ donde​​ ha​​ echado​​ las ​​​​ pastillas.​​ Recuerda​​ las​​ mismas​​ palabras.​​ 

MARIDO/LOURDES​​ (VOZ​​ EN​​ OFF)

...me​​ vas​​ a​​ matar​​ de​​ un​​ infarto...

Se​​ acerca​​ la​​ copa​​ a​​ la​​ boca.​​ 

 

FIN

 

 

 

 

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