Su barriga no me dejaba ver la sangre que manchaba los azulejos y la bañera.
—!No! —gritó Alfred—. Mal, Tony. El cuchillo se coge así —Le arrebató la falsa daga a Anthony y la colocó con la hoja apuntando hacia abajo. Hizo tres o cuatro movimientos violentos, con saña, como si apuñalase de verdad a Janet—. No se puede cambiar la historia del cine con esa falta de decisión.
La historia del cine… Este hombre y su obsesión por el celuloide.
Y por el crimen.
¿Cómo le cuento yo ahora que tiene que ponerse a dieta?
Su reciente analítica no permite ni un minuto más a este ritmo de peso y volumen de ingesta de comida. Míralo, si es que eso no es una barriga, es un tonel lleno de cerveza. Y él dale que te pego con la escenita de la ducha. Me juego el cuello a que es por tener a la rubia todo el tiempo desnuda. Lo veo en su cara, esa que dicen que es el espejo del…
—¡Alma!
Pegué un brinco al escuchar mi nombre.
—¿Qué pasa?
—Vamos a rodar una nueva toma. ¿En qué estás pensando? —me recriminó mi orondo esposo. Yo no estaba pendiente de la dichosa nueva toma. Alfred pidió que limpiaran la bañera al completo, para empezar desde cero.
—¡Violencia homicida! —exigió.
«Un homicidio es lo que va a cometer tu obesidad contigo, Alfredito. El colesterol y el estrés van a destruirte»
Repetimos la escena hasta treinta veces. Treinta tomas, que luego tuve que organizar yo, como siempre, para que mi marido no pasara mucho tiempo sentado montando las escenas de sus films. Esa es otra: se pega todo el día sentado, leyendo o viendo películas. Mira que compramos una casa con piscina para que hiciera algo de ejercicio, pero ni por esas.
—Nos estamos jugando nuestro patrimonio, Alma —me dijo camino de casa después de aquel tortuoso día de rodaje—. Para un momento, Robert —pidió al chófer, que detuvo el vehículo junto a un Taco Bell.
Alfred se bajó del coche sin escuchar mis protestas. Se tuvo que agarrar con fuerza a la puerta y, después de dos intentos, consiguió elevar su culo y trepar hasta la acera. Caminó, ignorando a la gente que le miraba, se puso en la cola de la taquería y varias personas le cedieron el turno, cosa que él, lejos de negarse, agradeció.
Cuando volvió al coche ya había dado un mordisco a un taco y la grasa le resbalaba por sus hinchados pulgares. Me ofreció uno. Le ignoré y esperé a llegar a casa para soltar yo mis tacos.
—Come algo, mujer —dijo con la boca llena, sentado a la mesa de la cocina.
Yo me movía de un lado para otro, tocando el sobre con el resultado de la analítica.
—Alma, tenemos que hablar —dijo. Me di la vuelta y advertí cómo se limpiaba la grasa del belfo—. La escena de la ducha tiene que quedar perfecta. Mañana vas a visionar tú el positivado…
—Alfred —interrumpí. Saqué el sobre de mi bolsillo, lo puse encima de la mesa y, con un empujón de mi dedo índice, se lo acerqué.
—¿Un cheque de la Paramount? —bromeó.
—Ábrelo, por favor.
—Antes dime si me has escuchado lo de la escena de hoy…
—Sí lo he hecho —volví a interrumpirlo, alzando la voz, nerviosa, impaciente.
Después de alguna protesta, abrió el sobre y leyó con un bisbiseo propio del que no otorga importancia a las cosas. Dobló el papel y, con precisión milimétrica, lo introdujo de nuevo en el sobre y me lo devolvió.
—Cuando acabe el rodaje, hablaremos de esto, querida. Mientras tanto te cuento el plan de lo que queda de semana…
No le dejé terminar, me di la vuelta y me fui al dormitorio. Creí escuchar a lo lejos, otra vez, algo sobre cambiar la historia del cine.
El resto de la semana fue terrorífico. Y no solo por visionar la escena de la ducha donde, efectivamente, Janet salía desnuda en algunas de las tomas. Además, tenía que trasladarme del set de rodaje a la sala de montaje todos los días. Alfred, en lugar de delegar en mí, como había pedido, se venía conmigo después de rodar.
Y seguía comiendo.
Y bebiendo.
¿Qué ocurrió?
Lo que tenía que ocurrir.
Una tarde, después de una discusión con Vera en una escena intrascendente, se encerró en su despacho. Se bebió un par de whiskies y acabó, redondo, en el suelo. Cuando el guarda de seguridad rompió la puerta para entrar, estaba bocarriba y con la camisa subida, dejando a la vista su enorme panza. Panza que, ya en el hospital, yo le acariciaba con ternura. Pese a que en algún momento sentí ganas de apuñalársela. Aunque solo fuera para reducir su volumen.
—Alma —susurró. Le tomé la mano—. No podemos parar el rodaje.
Le apreté con fuerza, y le susurré al oído un par de cositas.
La primera: yo le sustituiría rodando algunos recursos de la casa misteriosa que todavía faltaban por rodar.
La segunda no tuve ni que decírsela, tan solo le acaricié, más fuerte, la tripa y le miré a los ojos.
Él puso su otra mano junto a la mía, sobre su barriga, y me miró como el niño enfermo que mira a su madre cuando le quita el termómetro y sabe que se tiene que tomar la medicina.
©Zarzo Escribano 2023
María Dolores says
Es reflexivo… a todos nos gusta un buen crimen… Pero lo que no sabemos es que hay miles de victimas en las cuales ponedos estar incluidos, victimas silenciosas, sólo que algunas tienen oportunidad de ser salvadas o salvarse.
Una vez más me ha encantado, y es totalmente nuevo, fresco.
gzescribano says
Gracias por tus palabras. Me hacen mucha ilusión. Al igual que los comentarios que has dejado en el resto de relatos. Gracias por tu apoyo, de corazón.
Angels Aguilera Lopez says
Un relato increíble. Hay asesinos silenciosos q alimentamos sin ser conscientes. Me encanta Alma y sus reflexiones.
Gracias
Beatriz says
Muchas gracias por el relato y por la reflexión. Es algo en lo que no se llega a pensar a veces, todos podemos ser victimas en algún momento.
Me ha gustado mucho y haces que sigamos queriendo leer más sobre los relatos que escribes.
¡Un saludo!
gzescribano says
Gracias a ti por valorarlo tan bien. Espero que me sigas leyendo por mucho tiempo.
Mer says
Qué bueno, muchas gracias. La vida a veces nos detiene de un zarpazo y nos pone delante lo que verdaderamente importa. Feliz semana
gzescribano says
Cierto, muy sabias palabras. Gracias por leer y por comentar.
María says
Hola, lo he leído dos veces. En la primera lectura me he dado cuenta de la ironía. El echo de estar rodando su propio asesinato que por las circunstancias no llega a ocurrir. La segunda lectura la he hecho más despacio. Me ha impresionado tu forma de ordenar las ideas y llegar a escribirlas, de tal manera, que creas un ambiente de intriga y suspense desde la primera hasta la última línea. Has conseguido desviar mi atención de la verdadera víctima. Es una película, que se rueda continuamente en nuestra sociedad.
Gracias, me gusta tu forma de contar la realidad para invitarnos a meditar.
gzescribano says
Hola, María. Jo, que bonitas tus palabras, en serio, me emocionan, no me canso de emocionarme por comentarios como este. Me llenan de ilusión. Un beso.
Angels Aguilera Lopez says
Un relato increíble. Hay asesinos silenciosos a los q dejamos entrar sin ser conscientes. Alma me ha encantado con sus reflexiones.
Gracias
gzescribano says
Muchísmas gracias, Alma Reville era un gran personaje en la vida real.
Ramón Tomé says
Pues como ya nos tienes acostumbrados, nuevamente me sorprendo al leer esta ironía de la vida, contada con tanta sutileza, pero que te hace reflexionar.
Muchas veces pensamos que cualquier día de estos podríamos tener un accidente, o ser víctimas de un cáncer o cualquier otra enfermedad fatal, pero no prestamos atención a ese asesino criminal que somos.
gzescribano says
Gracias por tus palabras, como siempre.
Paula says
Muy bueno!! Y entretenido para pasar el rato.
Muchas gracias por compartirlo
gzescribano says
Muchas gracias, Paula, por leerlo. Y por comentar.