Marzo de 2020
¡Qué mala suerte!
Sabía que tenía que haber cancelado ese viaje a Italia. ¿El resultado?
—Leila, has dado positivo en la prueba —me dijo el sanitario.
Un pedazo de positivo en Sars-Cov2.
Dos semanas ingresada y más mala que un perro con sarna. Al tercer test dio negativo y no cabía en mí de gozo.
Pero cuando salí del hospital empezó la otra pesadilla.
Me esperaban al menos catorce días de cuarentena forzosa y todo el país estaba sumido en un confinamiento obligado. Pero estaba contenta, otros muchos miles no habían tenido la misma suerte que yo.
Llegué a casa agotada, cuando cerré la puerta tras de mí y me vi en el espejo me entraron ganas de romperlo como si fuera Blancanieves. La estancia en el hospital me había echado diez años encima, o más.
Y encima tenía hambre.
Pedí provisiones por Internet y me dispuse a pasar la cuarentena leyendo y viendo series. En mi empresa ya sabían mi situación y me habían dicho que cuando estuviera recuperada reanudara mi trabajo. Me dedico al marketing digital y no tengo problema en trabajar desde casa.
Los primeros días leí mucho; entre mis lecturas un libro que siempre había tenido pendiente y que por unas causas o por otras nunca había podido terminar. El diario de Anne Frank. También divagué entre literatura romántica y erótica. Tanto clásicos como La Venus de las pieles, como modernos de autores menos conocidos. La verdad, alguna de esas lecturas consiguió revivir mi libido.
Pero aunque mi cuerpo me pedía a gritos una cosa, mi mente no estaba muy por la labor.
Así que me mojaba las ganas que la literatura erótica me dejaba en algunas películas que también tenía pendiente. Como Doctor Sueño (con la que pasé un buen mal rato), y Once Upon a time in Hollywood. Luego vino el turno de las series.
Cuando pasó la primera semana empecé a aburrirme de la rutina. Me acostaba a las tantas de la madrugada y me despertaba muy temprano por el ruido del vecindario.
Vivo en una bloque de pisos de reciente construcción, de esos con piscina y zonas comunes en el centro. A pesar de la cuarentena, hay gente que tiene que salir a trabajar y el jardinero sigue manteniendo los jardines. Total, que mi sueño se trastocó por completo.
La consecuencia de pasarme casi todo el día cansada y sola fue que la mente empezó a divagar y a perder el control con respecto al cuerpo, que lo único que pedía era descanso, comida y…
Sí, una de esas necesidades básicas que ya estaba algo despierta gracias a la literatura.
Antes de ir a Italia había roto con una especie de amante-amigo que no me traía más que disgustos. Bueno, disgustos y buen sexo, todo hay que decirlo.
Mauro me tenía bien atendida, pero en las últimas citas me hizo sentir vacía. Quedaba con él los viernes o sábados. Venía a casa, me daba lo mío y en mitad de la noche se marchaba. Al principio solíamos pasar juntos algún que otro fin de semana. Pero poco a poco la complicidad fue descendiendo.
Ahora estaba sola, confinada y cada vez más caliente.
Dejé los libros eróticos para leer historias eróticas en Internet. La evolución natural fue pasarme a historias porno.
El siguiente paso evolutivo fueron los vídeos porno.
Como todo, la novedad fue excitante, pero dio paso a la frustración.
Cuando llevaba casi dos semanas masturbándome, me sentía tan vacía como en las visitas de Mauro.
Un nuevo paso Darwiniano fueron los chats de Internet: apps de ligues, chats de sexo… Todos eran muy chulitos y se ofrecían a quedar conmigo.
¡En plena cuarentena!
Di con algún tío interesante y después de algunas tórridas charlas dimos el paso a la Webcam.
Pasé muchísima vergüenza la primera vez que vi a un chico desnudo en la pantalla del ordenador. Más que desnudo lo único que vi fue su aparato reproductor, que menudo aparato, hay que ser justa. Cuando el tipo empezó a eyacular a los dos minutos de haber conectado la videollamada, bajé la tapa del portátil antes de que terminara.
Menudo sofocón. Toda la excitación que tenía se diluyó en el instante.
Volví a mis relatos erótico-pornográficos durante un par de días. Pero necesitaba la relación con una persona humana. Así que frecuenté cada vez más una conocida aplicación móvil de ligoteo.
Me sentí un poco acosada, cada día innumerables proposiciones de sexo llegaban a mi bandeja de entrada. Aunque también me llegaron propuestas decentes de charla.
No creo que fuera casualidad, porque una casualidad es encontrarse con una persona en un ascensor y formar una familia. Encontrar a alguien compatible en una aplicación de ligue no es casual, pero es cierto que tuve suerte.
Alejandro, Alex, me había dicho que tenía treinta años, dos menos que yo.
…