Es bastante frecuente que el asesino acuda al funeral de su víctima. Le gusta contemplar el resultado de su obra. A veces tiene que ir por pura obligación. Lo que es menos habitual es que se presente ante los familiares de la persona que ha matado.
—Buenos días, señora, señorita.
La viuda y la hija de Arturo Lorente, el muerto, casi se desmayaron al escuchar lo que les dijo a continuación.
—Soy el asesino del señor Arturo.
Madre e hija casi se desmayaron, pero porque, después de cerrar la sala del tanatorio, habían estado toda la noche de fiesta a base de farlopa, marihuana y whisky con Red Bull. Después de ese desvanecimiento inicial, se recompusieron y se pusieron a reír por lo bajini para disimular.
—Mira lo que dice, niña, que lo mató él —dijo Juliana, la madre.
—Y se queda tan ancho —dijo Lorena, la hija.
El tipo, que se llamaba Augusto, insistió.
—No se rían, yo maté al señor Lorente.
Lorena, sin parar de reír, se acercó a Augusto, tanto que le intimidó.
—¿Tú quién eres? ¿El empleado ese que estaba enamorado de él?
Augusto asintió, parecía cohibido, casi humillado.
—Pues estás bastante bueno.
Y le agarró del paquete de forma sutil. Él la apartó de un manotazo.
—Niña, que está tu padre de cuerpo presente. Y ya sabes quién más —dijo la madre señalando con la cabeza a dos personas que las observaban.
Augusto parecía no entender lo que estaba pasando. Juliana se compadeció del muchacho, y se dignó a darle una explicación.
—Creo que buscas tu momento de gloria, pero te estás confundiendo —. Le abrazó por la cintura y le invitó a pasear —. Ven conmigo que está la policía cerca.
Juliana miró hacia atrás, y con un nuevo gesto de cabeza volvió a señalar a un hombre de anchas espaldas y a una mujer alta y flaca que les observaban en la distancia. Cuando les dieron esquinazo, las risas de ambas mujeres volvieron a estallar.
—A ver, alma de cántaro —dijo Juliana —. ¿Qué es eso de que has matado a mi marido?
—Tu camello te pasa mierda muy mala —se burló Lorena.
Lejos de las miradas de los policías no disimularon sus carcajadas.
—¿Pero por qué se ríen? Su marido, su padre está muerto, y yo soy el culpable. Lo amaba, y su rechazo me sacó de mis casillas y…
—A ver, panoli, para empezar, ese que está en la caja de pino no es mi padre. Nunca me quiso ni yo a él.
Lorena miró a su madre que se había sentado en el suelo porque le fallaban las piernas, mitad por la risa, mitad por la resaca.
—No, ni era su padre biológico. Con ese pusilánime no hubiera engendrado yo a esta preciosidad que es mi niña —Madre e hija se dieron un achuchón—. Ya me encargué yo de que otro con mejores genes me quedara preñada.
Augusto las miraba y gesticulaba mucho con su boca.
—¿Por qué no me creen? Lo mate yo y vengo a redimirme —dijo—. Soy químico, trabajo en la empresa farmacéutica del señor Lorente.
—¿Químico? Entonces mataste a mi padre con un superveneno indetectable, ¿Verdad? —dijo Lorena.
—¿Cómo lo has sabido?
—¿Cómo sé el qué? —dijo Lorena—. Que tú no has matado a nadie, pringao. Lo que te iba diciendo es que no pudiste matarlo tú porque…
—Porque los frenos de un coche se manipulan muy fácilmente por un guapo mecánico —dijo la madre—. Sí, un guapo mecánico al que me ligué, al que me tiré y al que prometí muchas noches de drogas y perversión. Y los accidentes son muy frecuentes y los seguros pagan muy bien; por no hablar de todo lo demás…
—Eso es imposible señoritas…Yo me colé en su casa y puse el veneno en sus bebidas, en las que él más amaba.
Madre e hija pararon de reír y se miraron, serias, confusas.
—Mi marido era abstemio. ¿De qué bebida hablas?
Augusto tomó aire y sonrió.
—¿Saben que el guapo mecánico era bisexual, muy sobornable y de una complexión parecida a la de su marido? Lástima que haya tenido que carbonizarse.
La madre vomitó y a la hija le dio una arcada.
— ¿Me estás diciendo que el cuerpo que hallaron en el coche no…
—Lo que estoy diciendo —interrumpió el desconocido— es que las botellas de whisky escocés que, digamos, manipulé, son las que el señor Lorente guardaba para las visitas. Y para todo amante del whisky que las tenga a mano.
La hija vomitó también.
—Yo he matado al hombre que era su marido. Ahora ha nacido una nueva persona.
Mientras las dos mujeres vomitaban, los policías aparecieron detrás de un nicho. El hombre se escabulló entre la multitud del funeral.
Madre e hija se miraron y, quizá, se acordaron de la etiqueta de dieciséis años del whisky con el que habían brindado la noche anterior.
©Zarzo Escribano 2023
Si quieres saber quiénes son esos dos policías misteriosos, quizá pueda descubrirlos en este enlace:
Manuel says
Me ha gustado mucho. Pero, ¿está no es la continuación del relato del domingo pasado, verdad?
gzescribano says
Hola,
nooo, el otro relato acabó con el marido y el amante yéndose de montería. La segunda parte la he colgado en Instagram, pero para los suscriptores ya se podía leer desde la semana pasada. Gracias por pasarte.
Ramón Tomé says
Ingenioso relato para una tarde de Domingo lluvioso ……..aunque aquí aún no ha empezado, pero se está preparando.
gzescribano says
Espero que llueva, hace muchísima falta. Gracias, Ramón.
Olga Sanz says
Hola, ¿Pero se llama Augusto o Florentino?, por lo demás me ha gustado bastante, me parece muy ingenioso. Saludos. Olga
gzescribano says
Gracias por el detalle, se llamaba originalmente Florentino, pero se me ha debido pasar cambiar una de las veces que se le nombra. Lo cambio ahora mismo. Muchísimas gracias.
Mer says
A cada cerdo le llega su San Martín o al menos eso sería lo más justo. Un abrazo y feliz domingo
gzescribano says
Jaja, sabiduría popular. Gracias por leerlo.