• Skip to main content
  • Skip to secondary navigation
  • Skip to footer

Zarzo Escribano

La web de G.Z. Escribano

  • Sobre mí
  • Relatos de misterio
  • Contacto
  • NOVELA GRATIS
  •  
  • Novela romántica contemporánea
  • Thrillers/Novelas negras

Relatos de misterio de Zarzo Escribano

¿Te gustan los relatos?

¿Los relatos de misterio?

En esta categoría vas a encontrar muchos de los relatos que escrito, todos con un toque negro, policial, o de misterio en general.

Hay algunos de libre lectura, y los demás puedes leerlos si te apuntas a la web en el siguiente enlace:

https://gzescribano.com/cadena-de-seguridad/

Gracias por leerme.

Siete de enero

diciembre 21, 2023 by gzescribano 18 Comments

Recuerdo la Navidad como una de las épocas más felices de mi infancia: familia, regalos, petardos y luces. 

Hasta que mi padre le pegó un bofetón a mi madre el día de Nochebuena. 

Recuerdo ese día como el de mi paso de la infancia a la adolescencia. Ya nada fue igual. El día siete de enero, cuando volví al colegio, descubrí que los Reyes Magos eran los padres. Unos padres que no se querían y que estaban juntos por mi hermana y por mí. 

No volvió a repetirse aquel bofetón, al menos en nuestra presencia. Nunca supimos el motivo, porque tampoco recuerdo una discusión fuerte; solo que mi madre le dijo algo acerca del hermano de mi padre, nuestro tío. Nada más.

Desde entonces, cada vez que no sentamos a cenar en Nochebuena, recuerdo a la perfección ese sonido seco, y la mejilla enrojecida de mi madre y sus ojos iracundos a punto de llover lágrimas. 

No, no se repitió en la práctica, pero esa violencia se me clavó tan dentro que cada vez que se acerca la Nochebuena, estoy deseando que sea siete de enero. 

 

 

 

¿Te ha gustado este relato? Si quieres que siga escribiéndolos gratis para ti, puedes apoyarme comprando alguno de mis libos en Amazon. Pincha en el enlace que te corresponda según tu ubicación en el mundo, y hazte con alguna de mis novelas. Gracias por leerme.

 

Zarzo Escribano en Amazon España

 

Zarzo Escribano en Amazon México

 

Zarzo Escribano en Amazon USA y Latam

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

Importa

diciembre 10, 2023 by gzescribano 17 Comments

Sábado por la tarde, hora punta en el centro comercial. Mariana camina con sus dos hijos que llevan sendos helados en las manos. Por fin les ve sonreír después de mucho tiempo. Mucho tiempo de gritos, peleas y golpes. 

Están tan felices que no han advertido la algarabía a sus espaldas. Decenas de personas corren despavoridas en todas direcciones. Entonces Mariana escucha los primeros disparos. Gira lentamente su cabeza y ve, a lo lejos, una figura humana que podría ser él. 

Está disparando a discreción a todo el que se le cruza. Varios cuerpos caen abatidos a su lado. Cuando cree reconocerla sentada en un banco del centro comercial junto a sus dos hijos, se cruzan sus miradas. 

Ambos saben lo que va a ocurrir. 

Ella ya no tiene tiempo de huir llevándose a las criaturas que han dejado de comer helado para mirar cómo su padre asesina gente. El padre, llega hasta ellos. Mira a los chiquillos que no entienden, o al menos eso parece, lo que ocurre. Mira a Mariana. Ella les tapa los ojos a esos niños, que ya no serán niños nunca más, y cierra los suyos esperando lo peor. 

El padre dispara, pero no se oye ningún ruido. Vuelve a hacerlo y nada. Mariana abre los ojos. La pistola parece no tener más balas. Entonces el padre grita y busca en sus bolsillos. Mariana reacciona y se abalanza sobre él gritando y pidiendo ayuda. 

Un guarda de seguridad y otra mujer acuden y consiguen reducir al padre. El guarda le pone las esposas y le sienta en el banco mientras llama la policía. 

—¿Y la pistola? —pregunta el vigilante. 

Mariana y la otra mujer se encogen de hombros. 

—Roberto, Jorge, venid aquí, por favor —grita Mariana a sus hijos, que se habían desperdigado.

Jorge, el mayor, se acerca al padre. 

—Papá, ¿estabas jugando a las películas de disparos, no? —Él, desde el suelo, lo mira con lágrimas en los ojos—. Creo que he arreglado tu pistola —Jorge, que ha cogido el arma, la muestra.

El vigilante y la madre se levantan, asustados. El padre responde:

—Hijo, ya nada importa.

 El niño le dispara a bocajarro.

—Sí que importa, papá —sentencia el pequeño. 

 

 

 

 

 

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

Tres mujercitas

noviembre 19, 2023 by gzescribano 10 Comments

Tres fotos de tres cadáveres encima de mi escritorio me daban la bienvenida. 

—¿Enseñas fotos así a los hombres que quieres seducir, subinspectora?

La subinspectora Olga Saavedra sonrió.  Ella siempre llega a la comisaría una hora o más antes que yo y me deja el terreno preparado. Por muy curado de espanto que esté, aquellas imágenes no eran lo mejor para después de un café con churros. 

En la primera imagen una mujer aparecía con el cuello partido por una barra de hacer pesas en un gimnasio. La segunda era de otra mujer estrangulada en el asiento de atrás de un taxi. En la tercera, una mujer colgaba de una soga atada a una cabeza de cocodrilo disecada. 

—¿Todo de golpe? 

—Pasó hace tres semanas, los días uno, dos y tres de marzo —dijo Olga

—¿Y por qué me entero de esto ahora?

—Porque pertenecen a jurisdicciones de la Guardia Civil. Nos han pedido ayuda.

Suspiré. Yo, personalmente, me llevo bien con los guardias civiles que conozco. Pero la rivalidad entre ambos cuerpos es conocida.

—¿Entonces tenemos que hacer solo trabajo de despacho?

Olga asintió.

Los informes redactados por la Guardia Civil indicaban que eran tres mujeres solitarias; sus amigos y conocidos apenas daban detalles de sus vidas. «Muy reservadas». 

Del resto de pruebas posibles: ADN, huellas, teléfonos, ordenadores personales o cámaras de seguridad, las pesquisas no llevaban ningún lado. Era un claro caso de estancamiento. 

—¿Has hablado con el responsable del caso de la UCO?

—Solo por email. En un rato nos llamará a los dos. 

Llamó el teniente Vila de la UCO y nos pidió si podíamos alumbrarles respecto al perfil criminal del responsable del triple asesinato. Prometimos trabajar a fondo en ello.  

—Tres crímenes, en tres días consecutivos a las tres de la madrugada aproximadamente. Podría decirse que tiene una obsesión con el tres, ¿verdad subinspectora?

—Es una persona culta, con conocimiento de la proporción áurea o también de las estructuras narrativas literarias o cinematográficas. 

—Es decir, esto es como su obra de arte. 

—Sí, y es narcisista al cubo.

—¿Ha trascendido a prensa?

—No, han vigilado bien las posibles filtraciones internas del cuerpo o en los juzgados. 

Estuve un tiempo repasando los informes que ya había leído la subinspectora, que comenzaba a impacientarse. 

—Se me ocurre una idea.

Olga me miró curiosa y expectante. Por una vez tenía una buena idea antes que ella. 

Al día siguiente habíamos arrestado al culpable de los tres crímenes. Su foto corrió como la pólvora por las redes sociales, los telediarios y toda la prensa. La colaboración entre la UCO y el Grupo I de Delitos contra las personas había funcionado. 

Nos reunimos con el teniente Vila en la comandancia de la Guardia Civil. Nos recibió un hombre atractivo de unos cincuenta años que nada más entrar me felicitó por la idea. 

—Ahora solo toca esperar —dijo.

—Mi compañera y yo estamos convencidos de que la espera no será larga.

A las dos horas, los de centralita nos pasaron una llamada. Por la cara del teniente supimos de quién se trataba.

—Han cometido ustedes un terrible error —dijo una voz en el altavoz del teléfono. 

La voz no era grave y tenebrosa, como si la hubiera sacado de alguna mala película de terror.  Parecía la voz de un joven de no más de veinte años, con musicalidad en la entonación. 

—No, el error lo estás cometiendo tú —dije adelantándome al teniente y a Olga—. Crees que no podemos rastrear la llamada y por mucho que te protejas con falsos geolocalizadores lo haremos. Además tu voz…

—No me tome por estúpido, inspector Del Olmo.

Escuchar mi nombre produjo en todos el mismo gesto de confusión. 

—Sé que han querido tenderme una trampa con ese falso culpable de las noticias, apelando a mi orgullo. Soy vanidoso, pero no estúpido y no entra en mis planes entregarme. Ni cometer errores.

Olga apretó con fuerza los puños y el teniente hizo lo mismo con el arma que colgaba de su cinturón. La desenfundó cuando escuchó lo último que dijo la voz anónima: 

—Claro que localizarán mi llamada. Sobre todo porque la estoy haciendo desde la casa del teniente Vila. Al lado de su mujer y de sus dos hijas. Sus tres mujercitas.

 

©Zarzo Escribano 2023

¿Te ha gustado este relato? Si quieres que siga escribiéndolos gratis para ti, puedes apoyarme comprando alguno de mis libos en Amazon. Pincha en el enlace que te corresponda según tu ubicación en el mundo, y hazte con alguna de mis novelas. Gracias por leerme.

Zarzo Escribano en Amazon España

Zarzo Escribano en Amazon México

Zarzo Escribano en Amazon USA y Latam

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

Protegido: No, soy tu padre

noviembre 5, 2023 by gzescribano 26 Comments

Este contenido está protegido por contraseña. Para verlo, por favor, introduce tu contraseña a continuación:

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

A cualquiera le gusta un buen crimen hasta que se convierte en la víctima.

octubre 15, 2023 by gzescribano 15 Comments

Su barriga no me dejaba ver la sangre que manchaba los azulejos y la bañera.

—!No! —gritó Alfred—. Mal, Tony.  El cuchillo se coge así —Le arrebató la falsa daga a Anthony y la colocó con la hoja apuntando hacia abajo. Hizo tres o cuatro movimientos violentos, con saña, como si apuñalase de verdad a Janet—. No se puede cambiar la historia del cine con esa falta de decisión.

La historia del cine… Este hombre y su obsesión por el celuloide.

Y por el crimen.

¿Cómo le cuento yo ahora que tiene que ponerse a dieta?

Su reciente analítica no permite ni un minuto más a este ritmo de peso y volumen de ingesta de comida. Míralo, si es que eso no es una barriga, es un tonel lleno de cerveza. Y él dale que te pego con la escenita de la ducha. Me juego el cuello a que es por tener a la rubia todo el tiempo desnuda. Lo veo en su cara, esa que dicen que es el espejo del…

—¡Alma!

Pegué un brinco al escuchar mi nombre.

—¿Qué pasa?

—Vamos a rodar una nueva toma. ¿En qué estás pensando? —me recriminó mi orondo esposo. Yo no estaba pendiente de la dichosa nueva toma. Alfred pidió que limpiaran la bañera al completo, para empezar desde cero.

—¡Violencia homicida! —exigió.

«Un homicidio es lo que va a cometer tu obesidad contigo, Alfredito.  El colesterol y el estrés van a destruirte»

Repetimos la escena hasta treinta veces. Treinta tomas, que luego tuve que organizar yo, como siempre, para que mi marido no pasara mucho tiempo sentado montando las escenas de sus films. Esa es otra: se pega todo el día sentado, leyendo o viendo películas. Mira que compramos una casa con piscina para que hiciera algo de ejercicio, pero ni por esas.

—Nos estamos jugando nuestro patrimonio, Alma —me dijo camino de casa después de aquel tortuoso día de rodaje—. Para un momento, Robert —pidió al chófer, que detuvo el vehículo junto a un Taco Bell.

Alfred se bajó del coche sin escuchar mis protestas. Se tuvo que agarrar con fuerza a la puerta y, después de dos intentos, consiguió elevar su culo y trepar hasta la acera. Caminó, ignorando a la gente que le miraba, se puso en la cola de la taquería y varias personas le cedieron el turno, cosa que él, lejos de negarse, agradeció.

Cuando volvió al coche ya había dado un mordisco a un taco y la grasa le resbalaba por sus hinchados pulgares. Me ofreció uno. Le ignoré y esperé a llegar a casa para soltar yo mis tacos.

—Come algo, mujer —dijo con la boca llena, sentado a la mesa de la cocina.

Yo me movía de un lado para otro, tocando el sobre con el resultado de la analítica.

—Alma, tenemos que hablar —dijo. Me di la vuelta y advertí cómo se limpiaba la grasa del belfo—. La escena de la ducha tiene que quedar perfecta. Mañana vas a visionar tú el positivado…

—Alfred —interrumpí. Saqué el sobre de mi bolsillo, lo puse encima de la mesa y, con un empujón de mi dedo índice, se lo acerqué.

—¿Un cheque de la Paramount? —bromeó.

—Ábrelo, por favor.

—Antes dime si me has escuchado lo de la escena de hoy…

—Sí lo he hecho —volví a interrumpirlo, alzando la voz, nerviosa, impaciente.

Después de alguna protesta, abrió el sobre y leyó con un bisbiseo propio del que no otorga importancia a las cosas. Dobló el papel y, con precisión milimétrica, lo introdujo de nuevo en el sobre y me lo devolvió.

—Cuando acabe el rodaje, hablaremos de esto, querida. Mientras tanto te cuento el plan de lo que queda de semana…

No le dejé terminar, me di la vuelta y me fui al dormitorio. Creí escuchar a lo lejos, otra vez, algo sobre cambiar la historia del cine.

El resto de la semana fue terrorífico. Y no solo por visionar la escena de la ducha donde, efectivamente, Janet salía desnuda en algunas de las tomas. Además, tenía que trasladarme del set de rodaje a la sala de montaje todos los días. Alfred, en lugar de delegar en mí, como había pedido, se venía conmigo después de rodar.

Y seguía comiendo.

Y bebiendo.

¿Qué ocurrió?

Lo que tenía que ocurrir.

Una tarde, después de una discusión con Vera en una escena intrascendente, se encerró en su despacho. Se bebió un par de whiskies y acabó, redondo, en el suelo. Cuando el guarda de seguridad rompió la puerta para entrar, estaba bocarriba y con la camisa subida, dejando a la vista su enorme panza. Panza que, ya en el hospital, yo le acariciaba con ternura. Pese a que en algún momento sentí ganas de apuñalársela. Aunque solo fuera para reducir su volumen.

—Alma —susurró. Le tomé la mano—. No podemos parar el rodaje.

Le apreté con fuerza, y le susurré al oído un par de cositas.

La primera: yo le sustituiría rodando algunos recursos de la casa misteriosa que todavía faltaban por rodar.

La segunda no tuve ni que decírsela, tan solo le acaricié, más fuerte, la tripa y le miré a los ojos.

Él puso su otra mano junto a la mía, sobre su barriga, y me miró como el niño enfermo que mira a su madre cuando le quita el termómetro y sabe que se tiene que tomar la medicina.

 

©Zarzo Escribano 2023

 

 

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

Vinagre y sal

octubre 8, 2023 by gzescribano 16 Comments

José Luis caminaba con prisa. Los cinco grados del termómetro y la neblina que se había formado entre las calles de la ciudad invitaban a mover el sistema locomotor con rapidez. Tenía que llegar al metro antes de que lo cerraran: solo le quedaban diez minutos para que pasase el último convoy nocturno.

Cuando dobló la esquina que le llevaba a la plaza creía que lo había logrado, pero entonces un coche, negro, se detuvo delante de él cuando se disponía a cruzar la calle. Dos tipos con mascarilla y gorra salieron del vehículo, le dieron dos puñetazos en la cara y dos en el estómago y lo metieron a la fuerza en el asiento trasero.

Una vez dentro, otro golpe en la sien le terminó de aturdir y cayó en un duermevela extraño, como si tuviera una resaca después de una boda. En ese estado de semiinconsciencia sintió que alguien lo desnudaba, lo ataba y le ponía un trapo en la boca.

Cuando recobró la consciencia plena, despertó como el que despierta en una película de terror: desnudo, amordazado y atado con bridas a una silla metálica. Distinguió la puerta de lo que debía de ser un garaje de algún chalé, porque también había una moto de cross, utensilios de jardinería y una mesa de ping-pong plegada.

—José Luis Barbastro —dijo una voz a su espalda, justo antes de quitarle la mordaza.

—¿Quién es? ¿Por qué me han traído aquí?

—¿José Luis Barbastro? —Insistió.

—Soy yo, ¿qué pasa? —Por respuesta solo recibió un tremendo golpe en el cogote: una colleja con tanta violencia como si se la hubiera dado un monstruo con una mano de más de un metro—. ¿Por qué me pega? —Sollozó.

Escuchó algo arrastrarse en el suelo. Después le dieron la vuelta a la silla y descubrió, con cierto miedo, que lo que arrastraban era una bañera enorme en la que, con alta probabilidad, cabría una persona de casi un metro ochenta.

Una silueta se le aproximó y le pegó otra bofetada, esta vez en la cara que le volvió a arrancar lágrimas y quejidos al secuestrado.

—Llora, que más lloraba mi hija, ¡hijo de la gran puta!

—¡Yo no he hecho nada! —gritó José Luis entre lágrimas.

Otras dos bofetadas y un susurro que lo llamaba cobarde fueron la respuesta. José Luis descubrió que había dos personas más en el garaje. Vio como llenaban la bañera con una garrafa de un líquido que no supo identificar a simple vista. Lo hizo luego, cuando el olor penetrante del vinagre le llegó a su nariz.

Eso no le estremeció, lo que sí lo hizo fue advertir el cúter que portaba en la mano el que le había golpeado. Cuando el tipo se agachó y vio que llevaba guantes con la mano que sujetaba el cúter, se meó encima.

 

A unos dos kilómetros de allí, Julia se acababa de despertar. Había recibido un mensaje en el móvil que desearía no haber recibido nunca. Eran las cuatro de la madrugada y había dormido más bien poco. Cuando leyó el mensaje, escribió de vuelta preguntando si estaba completamente seguro de lo que le decía. Mientras, y por si acaso, se vistió con los mismos vaqueros que había usado el día anterior y con la misma camiseta. Cuando terminó de hacerlo recibió un nuevo mensaje asegurando la certeza de la información. «Tan cierto como que tu marido y los que le acompañan morirán algún día».

Se le encogió el estómago a Julia. Ella era consciente lo que estaba sucediendo en el garaje de sus amigos, a dos kilómetros de allí.

Consciente y cómplice.

Se acercó a la habitación de su hija mayor y le susurró al oído que tenía que salir urgente al trabajo, que se encargara ella de llevar a su hermana al instituto. La joven protestó, dijo un «que sí» y se hizo un ovillo con la manta.

Julia se acercó, antes de irse, a la habitación de su hija pequeña. Dormía. La medicación que tomaba le permitían conciliar un sueño profundo, sin pesadillas, después de varios meses en vela. La lágrima que recorrió la mejilla de Julia se depositó en el suelo, junto a un calcetín sucio de su hija.

Salió corriendo como un ladrón en la noche.

 

La silueta agarró los testículos de José Luis con fuerza. Los guantes mitigaban, en parte, el asco que sentía. No por tocar los huevos de otro hombre, sino porque no podía quitarse de su mente que aquel aparato reproductor masculino había profanado el de su hija, virgen hasta ese momento, y que el tipo había salido impune porque nadie pudo identificarlo ni sus restos genéticos constaban en las bases de datos de la policía.

Impune hasta ese momento en el que José Luis era el culpable que ellos habían estado buscando.

Su impunidad moriría en unas horas. La silueta, de nombre Mario, no disfrutaba de aquello como suponía que lo iba a hacer. Había mascado su venganza durante semanas. Había imaginado todo lo que haría a aquel despojo humano cuando lo tuviera a su merced. Y esa maquinación de venganza le daba cierto placer mezclado con rabia.

Ahora no lo estaba disfrutando y además estaba bloqueado.

—Vamos, córtasela al hijo de puta —dijo uno de sus ayudantes.

—Sí, joder, córtesela antes de que se mee otra vez.

José Luis se retorcía de dolor en la silla. Después de mearse le habían propinado todo tipo de golpes: en la cabeza, en el estómago, en las piernas y también en sus partes. La mordaza que le habían vuelto a colocar le impedía suplicar más.

Mario llevó la hoja del cúter a la zona genital de José Luis. Dudaba si cortarle de cuajo los huevos y la polla, o solo esta última.

Dudaba mucho. Tanto que agotó la paciencia de sus compinches.

—Vamos, joder, si no lo haces tú lo hago yo —gritó el más atrevido de los dos.

Mario tomó una decisión, posiblemente la mejor que pudo tomar. O no. No cortó ningún genital, sino que cortó las bridas de José Luis. Pidió ayuda a sus compañeros.

—Antes de hacerlo vamos a divertirnos un poco.

Los otros dos se permitieron sonreír. Le dieron varios puñetazos a José Luis para «dejarlo suave». Lo tomaron entre los tres y lo metieron en la bañera hasta los topes de vinagre. Cuando ya estaba dentro, Mario volvió a empuñar el cúter, tomó el pie derecho del secuestrado, y le seccionó el tendón de Aquiles.

Los alaridos del secuestrado traspasaron la mordaza, y para sofocarlos le metieron la cabeza en la bañera. Volvieron a golpearlo para que se callara. José Luis se desmayó. Entonces Mario cogió uno de los sacos de sal que habían transportado hasta allí, usó el cúter para abrirlo, y lo vertió en la bañera.

Despertaron a José Luis con bofetadas y con agua fría.

Volvieron a hacerle diversos cortes en partes de su anatomía: corva, axila, oreja… Todas ellas con muchas terminaciones nerviosas que hicieron que el hombre se desmayara una y otra vez. El vinagre y la sal agudizaban el dolor y, también, evitaban que se desangrara. 

Después de una hora de tortura uno de los ayudantes de Mario protestó.

—Ya es hora, no ¿Mario? Hazlo o lo hago yo, en serio. Tenemos que irnos y recoger todo esto antes de que amanezca.

Mario asintió. Había tomado la segunda decisión: la que implicaba la zona de corte.

José Luis volvía a estar inconsciente.

—Despertadlo, tiene que verlo.

Los otros dos lo intentaron, le tiraron cubos de agua y le dieron varias bofetadas. No lo consiguieron.

—¿Está muerto? —Preguntó Mario.

—No creo, mira, mueve los labios.

Mario, entonces, se acercó al oído de José Luis. Le susurró algo que hizo que abriera los ojos. Los abrió mucho y se encontró con las manos de sus captores apretando, otra vez, sus testículos. Mario acercó el cúter y se dispuso a seccionar.

En ese momento unos golpes se escucharon en la puerta del garaje. Los tres hombres se asustaron y José Luis vio una oportunidad de salir vivo de allí. Intentó gritar, pero Mario le dio un puñetazo en la cara que le reventó la nariz.

—Abridme, soy Julia, soy yo —gritó la mujer de Mario.

Los tres hombres se miraron. Uno de ellos se dispuso a abrir. Pero Mario lo detuvo.

—No —y señaló a José Luis, que intentaba quitarse la mordaza.

Mario le propinó un corte en el antebrazo y el hombre desistió de su misión. Se abandonó a su suerte. Mario tomó el miembro del hombre. Había llegado el momento.

Miró a sus dos ayudantes antes de hacerlo. Ellos movieron la cabeza arriba y abajo, y sujetaron a José Luis

El cúter se aproximó a los genitales del supuesto violador.

En ese momento un coche arrolló la puerta de entrada y se coló en el garaje arrasando con lo que había a su paso. Se detuvo a escasos centímetros de la bañera en el que se perpetraba la tortura. Julia se bajó del coche, chilló que pararan, que estaban equivocados.

Llevaba el móvil en la mano y enseñó el mensaje que su amigo en la policía le había mandado. Volvió a chillar, llorando, exigiendo que pararan, que aquel hombre no era el violador de su hija.

Mario la miró y también rompió a llorar.

¿Era demasiado tarde?

 

Filed Under: Relatos de misterio de Zarzo Escribano

  • « Go to Previous Page
  • Page 1
  • Page 2
  • Page 3
  • Page 4
  • Page 5
  • Go to Next Page »

Footer

Legal

  • Aviso Legal
  • Términos y condiciones
  • Política de privacidad
  • Politica de cookies

Redes Sociales

  • Instagram
  • Facebook
  • Youtube
  • Twitter

Sobre mí

G.Z. Escribano 2020

G.Z. Escribano cookies de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarle publicidad relacionada con sus preferencias mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Puede aceptarlas, rechazarlas o personalizarlas en estos botones. .Más información en nuestra Política de cookies

Zarzo Escribano
Resumen de privacidad

G.Z. Escribano utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega por el sitio web. De estas cookies, las que se clasifican como necesarias se almacenan en su navegador ya que son esenciales para el funcionamiento de las funcionalidades básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador sólo con su consentimiento. Usted también tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Sin embargo, la exclusión de algunas de estas cookies puede tener un efecto en su experiencia de navegación.

Cookies esenciales

Las cookies esenciales son imprescindibles para que la web funcione correctamente.

Si desactivas esta cookie no podremos guardar tus preferencias. Esto significa que cada vez que visites esta web tendrás que activar o desactivar las cookies de nuevo.

Cookies Analíticas

Esta web utiliza Google Analytics para recopilar información anónima tal como el número de visitantes del sitio, o las páginas más populares.

Dejar esta cookie activa nos permite mejorar nuestra web.

¡Por favor, activa primero las cookies estrictamente necesarias para que podamos guardar tus preferencias!